Ya ni sufrir se puede Por Teodoro Boot
http://pajarorojo.com.ar/?p=14701
16/03/2015Política nacional
Humor,
Teodoro Boot
A mi la frase de Arroyo Salgado acerca de que a su ex no solo lo asesinaron, sino que se trato de “un magnicidio de proporciones desconocidas”, me reventó el marote. No sé por qué, me recuerda el gerundioso título de una novela de Laiseca, “Matando enanos a garrotazos”.
Una cuestión de géneros.
Por Teodoro Boot*
El año empezó de la mejor manera para aquellos que ansían las emociones fuertes. Si bien lo hizo con cierto aire de comedia, la acusación a la Primera Mandataria de connivencia con el extranjero y encubrimiento del terrorismo internacional tenía los ingredientes indispensables para convertirse en un best seller escrito a cuatro manos entre Arthur Hailey y John Grisham, adaptado al teatro de revistas por Neil Simon. Vale decir, un espectáculo de verano, sumamente apropiado para un enero de records turísticos.
Hasta que, de buenas a primeras, el fiscal acusador aparece muerto en el baño de su casa.
El sorprendente vuelco de la historia, como quien dice a apenas cinco páginas del principio, tenía que atraer al público con la misma morbosa fascinación que ejercería un desnudo de Elisa Carrió en el programa de Mariano Grondona.
El cadáver del fiscal estaba en calzoncillos, como el de Juan Duarte. Pero a diferencia del cuñado de Perón, no tenía medias ni portaligas. Ni fue encontrado por su mucamo japonés ni yacía de rodillas en el piso con el torso caído sobre la cama, sino encerrado en su cuarto de baño. Pero al igual que la de Juan Duarte, la muerte del fiscal disparó las más variadas teorías, aunque es de desear que no tenga las mismas macabras derivaciones.
Claro que acá nada es seguro.
A Duarte lo mató Perón, aseguraron los opositores de entonces. Cuando Perón dijo que no le temblaría la mano para mandar preso a cualquiera que le robara al Estado, aun tratándose de su propio padre, Juancito entendió “cuñado” y se pegó un tiro, explicaron los peronistas.
Nadie advirtió entonces que Mario Tomás Perón, a quien el presidente había amenazado con mandar en cana, había fallecido en 1928, circunstancia de la que los suspicaces investigadores periodísticos de la actualidad hubieran extraído singulares conclusiones y elaborado fabulosas teorías.
Aun sin estos extraordinarios ingredientes y antes de la desinteresada colaboración en el misterio de voluntariosos cronistas del mundo del espectáculo, el thriller derivó rápidamente en una negra trama de espionaje y recontraespionaje en el que Kaos parecía haber tomado el control de la totalidad de las acciones humanas: un sofisticado sistema de vigilancia que no funciona, una custodia que no custodia, un fiscal con permiso de portación de armas que pide una pistola prestada a un técnico en informática, una fiscalía que contrata a un abogado como asesor letrado, un secretario de seguridad metiendo las narices en todas partes, una jueza que insulta a la presidenta del país en las redes sociales, una presidenta que opina por cadena nacional de tweets sobre un suceso ocurrido en el interior de un baño y del que nadie sabe nada, dos diputadas nacionales convertidas en temibles albaceas sentimentales del occiso, cinco mil horas de escuchas de los teléfonos de cuatro falsos influyentes que en tren de primicia revelan sucesos publicados previamente en todos los diarios, un fiscal finado que no se sabe si investigaba un atentado terrorista, a los falsos influyentes, a los diarios que daban primicias o a la presidenta de la nación, un presidente de la Corte Suprema que sufre un súbito ataque de locura combinado con una incontinencia severa, pero afortunadamente verbal y sólo y únicamente verbal, fiscales federales y miembros del poder judicial encabezando una marcha en reclamo de justicia, una jueza federal convertida en querellante que mientras una fiscal y la jueza que insulta a la presidenta investigan lo que hasta que no se determine otra cosa es una muerte dudosa, anuncia muy suelta de cuerpo que se trató de un asesinato, peritos de parte que se pelean con los peritos de la Corte Suprema, peritos que comentan en televisión esa pelea de peritos, periodistas que interpretan a los peritos de parte, a los peritos de la Corte y a los peritos televisivos, psicólogos, psiquiatras y, cuando no, peritos y periodistas que elaboran sesudas y filosóficas teorías sobre el suicidio… y, sin que nos diéramos cuenta cómo fue, nos encontramos con que en ese thriller policial que había derivado en historia de espionaje, muerte y traición, se nos han colado imprevistamente en el casting John Cheese, Terry Guillam y Peter Sellers.
Pero eso no sería nada, porque mientras tratamos de entender qué diablos es lo que estamos viendo, la jueza querellante reclama que se investigue al tiempo que exige que se detenga la investigación, la jueza que insulta a la presidenta en las redes sociales bufa, pero le da la razón: suspende el peritaje de las computadoras y los celulares del fiscal finado provocando el estrilo de la fiscal viva, y ordena el allanamiento de la casa del técnico en informática que le dio al fiscal finado el arma vieja y cachuza con la que el fiscal se amasijó y/o fue amasijado por un sicario que fue a matar al fiscal finado sin llevar armas, confiando en encontrar en la residencia del muertito el arma vieja y cachuza que, como es sabido, los técnicos en informática dan a los fiscales en algún momento de toda investigación. Como no podía ser de otra manera, el que ahora estrila es el técnico en informática, al que le allanaron la casa a las dos de la mañana y le llevaron los CD con todas las películas del Pato Donald, que además de darle al fiscal finado el arma con la que se suicidó y/o fue asesinado por el sicario desarmado, parece que tenía una cuenta bancaria conjunta con el fiscal finado que, además de finado era fiestero y no se sabe si también mishé, y además de tener una cuenta conjunta parece que tiene información que no quiere divulgar para no ensuciar la memoria del fiscal finado y fiestero, creando así un halo de misterio que ha recalentado la ya de por sí calenturienta imaginación de periodistas, cronistas y chimenteros del mundo del espectáculo, psicólogos, más peritos y, ya que estamos, modelos, starlets y aspirantes al estrellato que en un revoleo de piernas polemizan con periodistas, peritos balísticos, políticos, psiquiatras y forenses.
Este es el momento, previo a la aparición en el programa de Jorge Rial de Guido Suller, Horacio Rodríguez Larreta y el presidente de la Corte Suprema, en el que descubrimos que quien interpreta a la jueza querellante es Diego Capussoto, Jorge Rial, Guido Suller y Rodríguez Larreta hacen de sí mismos, para representar al Presidente de la Corte se ha traído especialmente del más allá a José Marrone, en el papel de la fiscal que investiga tenemos a Totó y ya casi estamos en condiciones de entender que lo que creíamos una historia de espionaje, misterio, amor, locura y muerte, no es más que otra comedia de Mario Monicelli.
¿Tanto lío para esto? ¿Pero es que nunca hay nada serio en este país? ¿No hay ninguna tragedia que no derive en farsa? Uno quiere sufrir, y llorar y limpiarse los mocos con el mantel. Pero no lo dejan.
Las Erinias que torturan mentalmente a Orestes por haber asesinado a su propia madre no son Alecto, Megera y Tisífone, las tenebrosas hijas de la Noche. Son Vicki Xipolitakis, Aníbal Pachano y Matías Alé.
No sé, pero de nacer acá, fija que Esquilo se mataba antes de cumplir los 14 años.
*Autor entre otros libros de Genealogía de los dioses y Diccionario de mitología greco-romana.
16/03/2015Política nacional
Humor,
Teodoro Boot
A mi la frase de Arroyo Salgado acerca de que a su ex no solo lo asesinaron, sino que se trato de “un magnicidio de proporciones desconocidas”, me reventó el marote. No sé por qué, me recuerda el gerundioso título de una novela de Laiseca, “Matando enanos a garrotazos”.
Una cuestión de géneros.
Ya ni sufrir lo dejan a uno
Por Teodoro Boot*
El año empezó de la mejor manera para aquellos que ansían las emociones fuertes. Si bien lo hizo con cierto aire de comedia, la acusación a la Primera Mandataria de connivencia con el extranjero y encubrimiento del terrorismo internacional tenía los ingredientes indispensables para convertirse en un best seller escrito a cuatro manos entre Arthur Hailey y John Grisham, adaptado al teatro de revistas por Neil Simon. Vale decir, un espectáculo de verano, sumamente apropiado para un enero de records turísticos.
Hasta que, de buenas a primeras, el fiscal acusador aparece muerto en el baño de su casa.
El sorprendente vuelco de la historia, como quien dice a apenas cinco páginas del principio, tenía que atraer al público con la misma morbosa fascinación que ejercería un desnudo de Elisa Carrió en el programa de Mariano Grondona.
El cadáver del fiscal estaba en calzoncillos, como el de Juan Duarte. Pero a diferencia del cuñado de Perón, no tenía medias ni portaligas. Ni fue encontrado por su mucamo japonés ni yacía de rodillas en el piso con el torso caído sobre la cama, sino encerrado en su cuarto de baño. Pero al igual que la de Juan Duarte, la muerte del fiscal disparó las más variadas teorías, aunque es de desear que no tenga las mismas macabras derivaciones.
Claro que acá nada es seguro.
A Duarte lo mató Perón, aseguraron los opositores de entonces. Cuando Perón dijo que no le temblaría la mano para mandar preso a cualquiera que le robara al Estado, aun tratándose de su propio padre, Juancito entendió “cuñado” y se pegó un tiro, explicaron los peronistas.
Nadie advirtió entonces que Mario Tomás Perón, a quien el presidente había amenazado con mandar en cana, había fallecido en 1928, circunstancia de la que los suspicaces investigadores periodísticos de la actualidad hubieran extraído singulares conclusiones y elaborado fabulosas teorías.
Aun sin estos extraordinarios ingredientes y antes de la desinteresada colaboración en el misterio de voluntariosos cronistas del mundo del espectáculo, el thriller derivó rápidamente en una negra trama de espionaje y recontraespionaje en el que Kaos parecía haber tomado el control de la totalidad de las acciones humanas: un sofisticado sistema de vigilancia que no funciona, una custodia que no custodia, un fiscal con permiso de portación de armas que pide una pistola prestada a un técnico en informática, una fiscalía que contrata a un abogado como asesor letrado, un secretario de seguridad metiendo las narices en todas partes, una jueza que insulta a la presidenta del país en las redes sociales, una presidenta que opina por cadena nacional de tweets sobre un suceso ocurrido en el interior de un baño y del que nadie sabe nada, dos diputadas nacionales convertidas en temibles albaceas sentimentales del occiso, cinco mil horas de escuchas de los teléfonos de cuatro falsos influyentes que en tren de primicia revelan sucesos publicados previamente en todos los diarios, un fiscal finado que no se sabe si investigaba un atentado terrorista, a los falsos influyentes, a los diarios que daban primicias o a la presidenta de la nación, un presidente de la Corte Suprema que sufre un súbito ataque de locura combinado con una incontinencia severa, pero afortunadamente verbal y sólo y únicamente verbal, fiscales federales y miembros del poder judicial encabezando una marcha en reclamo de justicia, una jueza federal convertida en querellante que mientras una fiscal y la jueza que insulta a la presidenta investigan lo que hasta que no se determine otra cosa es una muerte dudosa, anuncia muy suelta de cuerpo que se trató de un asesinato, peritos de parte que se pelean con los peritos de la Corte Suprema, peritos que comentan en televisión esa pelea de peritos, periodistas que interpretan a los peritos de parte, a los peritos de la Corte y a los peritos televisivos, psicólogos, psiquiatras y, cuando no, peritos y periodistas que elaboran sesudas y filosóficas teorías sobre el suicidio… y, sin que nos diéramos cuenta cómo fue, nos encontramos con que en ese thriller policial que había derivado en historia de espionaje, muerte y traición, se nos han colado imprevistamente en el casting John Cheese, Terry Guillam y Peter Sellers.
Pero eso no sería nada, porque mientras tratamos de entender qué diablos es lo que estamos viendo, la jueza querellante reclama que se investigue al tiempo que exige que se detenga la investigación, la jueza que insulta a la presidenta en las redes sociales bufa, pero le da la razón: suspende el peritaje de las computadoras y los celulares del fiscal finado provocando el estrilo de la fiscal viva, y ordena el allanamiento de la casa del técnico en informática que le dio al fiscal finado el arma vieja y cachuza con la que el fiscal se amasijó y/o fue amasijado por un sicario que fue a matar al fiscal finado sin llevar armas, confiando en encontrar en la residencia del muertito el arma vieja y cachuza que, como es sabido, los técnicos en informática dan a los fiscales en algún momento de toda investigación. Como no podía ser de otra manera, el que ahora estrila es el técnico en informática, al que le allanaron la casa a las dos de la mañana y le llevaron los CD con todas las películas del Pato Donald, que además de darle al fiscal finado el arma con la que se suicidó y/o fue asesinado por el sicario desarmado, parece que tenía una cuenta bancaria conjunta con el fiscal finado que, además de finado era fiestero y no se sabe si también mishé, y además de tener una cuenta conjunta parece que tiene información que no quiere divulgar para no ensuciar la memoria del fiscal finado y fiestero, creando así un halo de misterio que ha recalentado la ya de por sí calenturienta imaginación de periodistas, cronistas y chimenteros del mundo del espectáculo, psicólogos, más peritos y, ya que estamos, modelos, starlets y aspirantes al estrellato que en un revoleo de piernas polemizan con periodistas, peritos balísticos, políticos, psiquiatras y forenses.
Este es el momento, previo a la aparición en el programa de Jorge Rial de Guido Suller, Horacio Rodríguez Larreta y el presidente de la Corte Suprema, en el que descubrimos que quien interpreta a la jueza querellante es Diego Capussoto, Jorge Rial, Guido Suller y Rodríguez Larreta hacen de sí mismos, para representar al Presidente de la Corte se ha traído especialmente del más allá a José Marrone, en el papel de la fiscal que investiga tenemos a Totó y ya casi estamos en condiciones de entender que lo que creíamos una historia de espionaje, misterio, amor, locura y muerte, no es más que otra comedia de Mario Monicelli.
¿Tanto lío para esto? ¿Pero es que nunca hay nada serio en este país? ¿No hay ninguna tragedia que no derive en farsa? Uno quiere sufrir, y llorar y limpiarse los mocos con el mantel. Pero no lo dejan.
Las Erinias que torturan mentalmente a Orestes por haber asesinado a su propia madre no son Alecto, Megera y Tisífone, las tenebrosas hijas de la Noche. Son Vicki Xipolitakis, Aníbal Pachano y Matías Alé.
No sé, pero de nacer acá, fija que Esquilo se mataba antes de cumplir los 14 años.
*Autor entre otros libros de Genealogía de los dioses y Diccionario de mitología greco-romana.