Sobre "El lobo de Wall Street"
Interesante mirada de una película que retrata el presente del capitalismo en un producto suyo, sin discusión. Inescrupuloso y egoísta como naturalmente debe ser, con el objetivo de obtener ganancia a costa de cualquier cosa o de cualquier persona nos interpela sobre la verdadera escencia de lser humano y tal vez deje abierta la puerta a imaginar que otro capitalismo pudiera ser posible o acaso la cierra definitivamente...
“Mi nombre es Jordan Belfort, el año en que cumplí 26, gané 49 millones de dólares. Esto realmente me molestó porque era tres menos que un millón a la semana”
La dupla Di Caprio-Scorsese y el calígula de Wall Street
31 de enero de 2014
Marco Antonio Moreno
Jordan Belfort tiene 51 años y vive en una casa de tres dormitorios en California. Lejos están los tiempos en que ganaba cientos de millones de dólares y vivía en una enorme mansión en Hamptons, Long Island, con una flota de autos de lujo y un enorme yate que había pertenecido a Coco Chanel, y que hundió en el Mediterráneo. Belfort podía ganar varios millones de dólares en cosa de minutos por su maestría para vender basura como si se tratara de oro. Esto lo catapultó como el lobo de Wall Street y ganó tanto dinero que comenzó a guardarlo en los paraísos fiscales. La investigación por el lavado de dinero permitió detectar el fraude y armar las acusaciones contra Belfort.
Hoy Belfort vive de las charlas y de los seminarios sobre “ventas y persuasión”, por los que recibe 30.000 o 50.000 dólares, generosas sumas de dinero porque este hombre convence. Sin embargo, la mitad de lo que gana debe aportarlo a un fondo compensatorio para las víctimas de sus fraudes millonarios. Desde que fue condenado el año 2004, ha pagado apenas 10 millones de dólares de los más de 100 millones que debe devolver a sus víctimas, una tarea que se pone cuesta arriba. Su historia tal vez sería desconocida si en una de las prisiones donde estuvo recluído no hubiera conocido al comediante Tommy Chong, que se encontraba preso por un lío de drogas. Tras escuchar las historias de Belfort, lo convenció a escribir un libro. Por los derechos del libro y la película, Belfort ha recibido 2 millones de dólares. Su condena a 4 años fue rebajada a 22 meses por su colaboración con el FBI.
La historia de Jordan Belfort cayó en manos de Leonardo Di Caprio el año 2007 y éste se la sugirió a Scorsese. Sin embargo, ningún estudio encontró interesante el tema y negaron el financiamiento. Tras el estallido de la crisis financiera, el año 2008, Di Caprio no soltó la idea y en 2012 se acercó de nuevo al maestro y le dijo “No creo que seamos capaces de hacer una película como ésta otra vez en el futuro”. Y así es como llega a la pantalla la historia de Jordan Belfort de la mano de Di Caprio y Scorsese, una película que muestra casi como un estudio antropológico los excesos humanos del capitalismo financiero, el fraude y la corrupción, donde el dinero es un objeto de culto y adoración, y hay que poseerlo aunque sea atropellando al resto de la humanidad.
Adicción a la riqueza y el poder
Scorsese ha dicho que la autobiografía de Belfort personifica la adicción de Estados Unidos por obtener riqueza a toda costa, aunque sea atropellando al resto del mundo. Por eso el filme aborda la obsesión por el poder y la corrupción generalizada que propaga el dinero. Curiosamente, Belfort señala que no se le puede comparar con Bernie Madoff, dado que Madoff estafó a gente pobre mientras él trabajaba solo con los ricos. Sin embargo, ¿son Steven Spielberg y Uma Thurman gente pobre? También fueron estafados por Madoff y perdieron su dinero.
El filme muestra la vertiginosa carrera en el mundo de Wall Street, de uno de los personajes emblemáticos del llamado capitalismo de casino. Belfort creó un call center dedicado a crear burbujas especulativas con las operaciones de alta frecuencia. Su ejército de vendedores en línea permitía aumentar el valor de acciones en rangos del 10.000%, al hacerla pasar de pocos centavos de dólar a contundentes cifras de dos dígitos. Al impulsar la demanda en forma repentina, Belfort conseguía que una acción de 20 centavos de dólar alcanzara una valoración de 20 dólares en pocas horas. Una vez con el precio arriba Belfort y sus principales socios vendían las acciones y ganaban “legalmente” cientos de millones de dólares.
La película fue financiada por un estudio independiente y, gracias a eso, Scorsese puede dar un crudo retrato del mundo de Belfort, lleno de anécdotas reales. Es probable que no exista ningún minuto de la película inventado por los guionistas, dado que la elocuencia y los excesos de Belfort son ampliamente conocidos y parecen una marca registrada de Wall Street: drogas, sexo y dinero, muchísimo dinero para diversión incluyendo fiestas con cientos de prostitutas u orgías en aviones, en pleno vuelo. Aunque la película tiene mucho de Scarface en su evocación al crimen organizado y su vinculación con las drogas, por momentos recuerda las historias de Calígula. Y el gran mérito de Scorsese, uno de los grandes del cine de los últimos 40 años, es justamente transmitir la idea de un mundo plagado de excesos y corrupción alejado de toda normalidad.
Hace cinco años, en La caída de un avión en llamas, señalaba que el derrumbe de la principal economía del mundo era equivalente a la caída del Imperio Romano. Calígula no fue la causa pero si parte de la enfermedad de todo un sistema que colapsó por obra de la corrupción y los excesos desenfrenados de una clase. Scorsese consigue que Belfort-Calígula nos explique parte importante de la crisis y del derrumbe que vive Estados Unidos y que ha sido tibiamente matizado con la crisis europea y mundial. Un otro que vulnera los derechos de otro otro, por el simple afán de lucro, logra poner de rodillas a toda la sociedad.
Por eso Scorsese no necesita enjuiciar al personaje, dado que lo muestra en su propia egolatría como a los protagonistas de Casino, Godfellas o El Toro Salvaje. Belfort narra en primera persona sus hazañas y sus negocios turbios, todo aquello que ha llevado al sistema a su mal funcionamiento y su derrumbe, por la banalidad de inversionistas sin escrúpulos. La película no pretende explicar los orígenes de la crisis, pero si dar cuenta de ese mundo enfermo que la incuba y desarrolla.
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“Mi nombre es Jordan Belfort, el año en que cumplí 26, gané 49 millones de dólares. Esto realmente me molestó porque era tres menos que un millón a la semana”
La dupla Di Caprio-Scorsese y el calígula de Wall Street
31 de enero de 2014
Marco Antonio Moreno
Jordan Belfort tiene 51 años y vive en una casa de tres dormitorios en California. Lejos están los tiempos en que ganaba cientos de millones de dólares y vivía en una enorme mansión en Hamptons, Long Island, con una flota de autos de lujo y un enorme yate que había pertenecido a Coco Chanel, y que hundió en el Mediterráneo. Belfort podía ganar varios millones de dólares en cosa de minutos por su maestría para vender basura como si se tratara de oro. Esto lo catapultó como el lobo de Wall Street y ganó tanto dinero que comenzó a guardarlo en los paraísos fiscales. La investigación por el lavado de dinero permitió detectar el fraude y armar las acusaciones contra Belfort.
Hoy Belfort vive de las charlas y de los seminarios sobre “ventas y persuasión”, por los que recibe 30.000 o 50.000 dólares, generosas sumas de dinero porque este hombre convence. Sin embargo, la mitad de lo que gana debe aportarlo a un fondo compensatorio para las víctimas de sus fraudes millonarios. Desde que fue condenado el año 2004, ha pagado apenas 10 millones de dólares de los más de 100 millones que debe devolver a sus víctimas, una tarea que se pone cuesta arriba. Su historia tal vez sería desconocida si en una de las prisiones donde estuvo recluído no hubiera conocido al comediante Tommy Chong, que se encontraba preso por un lío de drogas. Tras escuchar las historias de Belfort, lo convenció a escribir un libro. Por los derechos del libro y la película, Belfort ha recibido 2 millones de dólares. Su condena a 4 años fue rebajada a 22 meses por su colaboración con el FBI.
La historia de Jordan Belfort cayó en manos de Leonardo Di Caprio el año 2007 y éste se la sugirió a Scorsese. Sin embargo, ningún estudio encontró interesante el tema y negaron el financiamiento. Tras el estallido de la crisis financiera, el año 2008, Di Caprio no soltó la idea y en 2012 se acercó de nuevo al maestro y le dijo “No creo que seamos capaces de hacer una película como ésta otra vez en el futuro”. Y así es como llega a la pantalla la historia de Jordan Belfort de la mano de Di Caprio y Scorsese, una película que muestra casi como un estudio antropológico los excesos humanos del capitalismo financiero, el fraude y la corrupción, donde el dinero es un objeto de culto y adoración, y hay que poseerlo aunque sea atropellando al resto de la humanidad.
Adicción a la riqueza y el poder
Scorsese ha dicho que la autobiografía de Belfort personifica la adicción de Estados Unidos por obtener riqueza a toda costa, aunque sea atropellando al resto del mundo. Por eso el filme aborda la obsesión por el poder y la corrupción generalizada que propaga el dinero. Curiosamente, Belfort señala que no se le puede comparar con Bernie Madoff, dado que Madoff estafó a gente pobre mientras él trabajaba solo con los ricos. Sin embargo, ¿son Steven Spielberg y Uma Thurman gente pobre? También fueron estafados por Madoff y perdieron su dinero.
El filme muestra la vertiginosa carrera en el mundo de Wall Street, de uno de los personajes emblemáticos del llamado capitalismo de casino. Belfort creó un call center dedicado a crear burbujas especulativas con las operaciones de alta frecuencia. Su ejército de vendedores en línea permitía aumentar el valor de acciones en rangos del 10.000%, al hacerla pasar de pocos centavos de dólar a contundentes cifras de dos dígitos. Al impulsar la demanda en forma repentina, Belfort conseguía que una acción de 20 centavos de dólar alcanzara una valoración de 20 dólares en pocas horas. Una vez con el precio arriba Belfort y sus principales socios vendían las acciones y ganaban “legalmente” cientos de millones de dólares.
La película fue financiada por un estudio independiente y, gracias a eso, Scorsese puede dar un crudo retrato del mundo de Belfort, lleno de anécdotas reales. Es probable que no exista ningún minuto de la película inventado por los guionistas, dado que la elocuencia y los excesos de Belfort son ampliamente conocidos y parecen una marca registrada de Wall Street: drogas, sexo y dinero, muchísimo dinero para diversión incluyendo fiestas con cientos de prostitutas u orgías en aviones, en pleno vuelo. Aunque la película tiene mucho de Scarface en su evocación al crimen organizado y su vinculación con las drogas, por momentos recuerda las historias de Calígula. Y el gran mérito de Scorsese, uno de los grandes del cine de los últimos 40 años, es justamente transmitir la idea de un mundo plagado de excesos y corrupción alejado de toda normalidad.
Hace cinco años, en La caída de un avión en llamas, señalaba que el derrumbe de la principal economía del mundo era equivalente a la caída del Imperio Romano. Calígula no fue la causa pero si parte de la enfermedad de todo un sistema que colapsó por obra de la corrupción y los excesos desenfrenados de una clase. Scorsese consigue que Belfort-Calígula nos explique parte importante de la crisis y del derrumbe que vive Estados Unidos y que ha sido tibiamente matizado con la crisis europea y mundial. Un otro que vulnera los derechos de otro otro, por el simple afán de lucro, logra poner de rodillas a toda la sociedad.
Por eso Scorsese no necesita enjuiciar al personaje, dado que lo muestra en su propia egolatría como a los protagonistas de Casino, Godfellas o El Toro Salvaje. Belfort narra en primera persona sus hazañas y sus negocios turbios, todo aquello que ha llevado al sistema a su mal funcionamiento y su derrumbe, por la banalidad de inversionistas sin escrúpulos. La película no pretende explicar los orígenes de la crisis, pero si dar cuenta de ese mundo enfermo que la incuba y desarrolla.
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