Otra victoria de...

En el parque Indoamericano acampan pobres, de esos que no tienen casi más que lo puesto, que son llevados con ilusiones a una situación que los conduce casi irremediablemente a enfrentarse a otros pobres, que no tienen mucho más pero que temen por su lugar en la escala social y que han aprendido punto por punto el discurso de la propiedad privada, el derecho neoliberal, y la discriminación.

Es inevitable la confrontación, los cruces de intereses, los argumentos desesperados de quienes buscan obtener algo, aunque sea un poco que les apacigüe tanta falta y del otro lado va brotando tanta furia contenida por el esfuerzo inconducente, sin futuro, y el discurso xenófofo, nacionalista se cuela fácilmente y en medio del dislate: los violentos. Estos cumplen con su mandato, su objetivo es inmediato, de choque, la adrenalina es su móvil natural por más que cumplan órdenes, nada los puede justificar más que su propia escencia.
Detrás de la escena, frente a sus plasmas inmensos y monitoreando desde sus celulares los instigadores, los verdaderos beneficiarios, serenamente van contando las posiciones ganadas, de a poco van corrompiendo todo tipo de acercamiento social que pudiera siquiera imaginarse. Es así como se preserva el estado de las cosas, cuanto más se pueda diversificar a los explotados, y en la medida que se los entretenga en rencillas internas y en tanto se les imposibilite resistirse y tomar conciencia del despojo, se puede perpetuar la dominación vigente.
Podemos imaginar muchos beneficiarios de los disturbios desencadenados y quizás nunca sepamos sus verdaderos nombres pero si estamos seguros que los perjuicios son siempre para los mismos.

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