Panamá Papers el documental escamoteado
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Más allá de que se dice que el mismo va a ser estrenado “entre fines de febrero y principios de marzo” lo que la espiral de rumores y paranoia dejó en claro es que, lo estrene o no, lo prohíba o no, la conciencia general de que la plataforma de extracción de datos no es neutral se expande cada vez más. Tal como ocurrió con Facebook y el escándalo de Cambridge Analytica, que desnudó un uso deshonesto de datos privados de usuarios de la plataforma para manipulación a través de noticias falsas targetizadas en favor de Donald Trump, estamos viviendo una era de pérdida de la inocencia con respecto a las promesas horizontalistas, democratizantes y casi higienistas con las que los actuales dueños de la internet engañaron a la opinión pública durante mucho tiempo. Ya llegará el tiempo de un documental que explique la estructura tributaria de Netflix. Aunque existe la posibilidad de que jamás podamos verlo porque ni siquiera sabremos de su existencia.
Esta historia recién comienza. Las plataformas de extracción de datos, entre las cuales también se cuentan empresas como Airbnb, Uber, Google y Twitter, por sólo nombrar algunas de las más populares, no sólo basan su modelo de negocios en la evasión impositiva, la precarización laboral extrema y políticas agresivas e inmisericordes dentro de la industria de los derechos de propiedad intelectual de contenidos culturales, sino que además están engarzadas con los más sofisticados mecanismos de monitoreo y vigilancia de la gobernanza global. Sus apuestas las pujas geopolíticas son cada vez más evidentes, y si bien cualquiera sabe que la serie “El mecanismo” no fue la responsable del triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, nadie puede negar que Netflix le aportó una importante ayuda.
La desprotección de la gente común ante estas operaciones es total. Cuando decepcionados por la forma poco decorosa en que, en Argentina, los medios tradicionales se comportan como mafias -las editoriales del Diario La Nación y la cotidiana militancia en la naturalización del ajuste y del deterioro de la calidad de vida de las mayorías que día a día lleva a cabo junto a Clarín son, en Argentina, los ejemplos más llamativos- uno suponía que podía lograr cierto aire fresco en las plataformas de extracción de datos que ofrecen contenidos por streaming, lo que salió fue un humo bastante envenenado. Los rumores sobre una serie del animador Jorge Lanata en Netflix y las versiones sobre la prohibición de un documental que justamente desarrolla un caso donde estarían implicados el presidente Mauricio Macri, su familia y los operadores partidarios de Cambiemos ayudaron a espesarlo.
Mientras que lo de Lanata fue negado por la plataforma, me pregunté si el documental sobre los Panamá Papers era para tanto. Como estoy viviendo en Estados Unidos tuve la esperanza de poder ver el documental, ya que Netflix me permite ver gran parte de la programación local. Pero no pude; estaba “baneado”. Probé en YouTube, en las redes sociales había una serie de links para mirarlo pero había sido levantado por una cuestión de derechos. Tras buscar diez minutos más dí con un link para verlo por streaming. Todavía no se si me llegará la rojiza notificación amenazante de la policía que ya recibí las pocas veces que osé usar torrents en el gran país del norte.
Cuatro puntos sobre el documental de Panamá Papers que Netflix no quiere que veas
Hernán Vanoli
15 febrero, 2019
El documental de Alex Winter que aparece anunciado en Netflix generó diversas suspicacias vinculadas a su supuesta prohibición en Argentina y países de América Latina.
Periodistas
La película de Alex Winter tiene como protagonistas al grupo global de periodistas que primero desclasificó, luego ordenó y sistematizó y finalmente comenzó a difundir la “filtración” de más de 11,5 millones de documentos de la firma Mossack Fonseca, un bufete de abogados de Panamá que amparada en el secreto fiscal existente en aquel país se dedicaba a ayudar a empresas, particulares y organizaciones políticas a blanquear dinero sucio por un lado y a evadir impuestos por otro. El daño social que produce este tipo de organizaciones, la cantidad de millones de dólares en recaudación que pierden los estados nacionales y la impunidad con la que se maneja el sistema financiero es tal que uno tiene la sensación de que cualquier representación siempre va a ser insuficiente. Winter enfrenta esta deficiencia ontológica del problema que elige para su film a través de la historia del periodista alemán Bastian Obermayer, que trabajaba en un pequeño periódico llamado Süddeutsche Zeitung. Sigue su camino desde que recibió parte de la documentación hasta su desembarco en el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, sito en Washington y curiosamente comandado por una argentina llamada Cristina Walker Guevara. A través de las historias personales de los periodistas y de las dificultades para coordinar la revisión de la inmensa masa de datos que se filtraron, el documental termina siendo un alegato en favor de una profesión vituperada que, en épocas donde todos pueden comunicar casi lo que quieran casi todo el tiempo, había parecido perder su razón histórica. La obra de Winter retrata lo tedioso pero también lo heroico de aquellos que arriesgando en muchos casos las vidas propias y de sus familias lograron dar a conocer una de las mayores estafas de las que la humanidad haya tenido noticias, una estafa que por supuesto continúa como modalidad principal de maximización de las ganancias de ese 1% de super-ricos que posee el 99% del dinero del planeta (y de sus socios y protectores regionales y locales).
Soplones y hackers
Sin embargo, y más allá de los periodistas, la pieza clave del documental parece ser “John Doe” -su voz está teatralizada por Elijah Wood-, nombre que eligió para cubrirse el principal “soplón” que filtró y entregó los documentos a Obermayer. “Doe” publicó un manifiesto sobre la evasión fiscal y la corrupción global, y permanece aún en el anonimato. Su figura romántica y misteriosa se inscribe en la tradición de geeks como Julian Assange o Edward Snowden, hoy exiliados políticos, que cometieron el crimen de hacer públicos mecanismos de vigilancia de masas y de corrupción empresarial y gubernamental. Lo que me llamó la atención es que si en hitos históricos del periodismo como el Watergate la figura del soplón existía y muchas veces era clave, en este caso el periodista no va a buscar la noticia sino que “se encuentra con ella”. El que la produce es el soplón, que por otra parte entrega pruebas de mecanismos que cualquier persona más o menos “informada” conoce, pero habilita a que sus ejecutantes tengan nombre. La noticia es una filtración; lo que se exhibe son las pruebas. Y los que las exhiben, los periodistas, pueden ser premiados, asesinados o ambas cosas a la vez. Los periodistas investigan, ordenan, difunden pero no hackean. Y los medios tradicionales, a quienes se les cree cada vez menos pero paradójicamente siguen operando como estabilizadores ontológicos para una opinión pública castigada y harta de las manipulaciones, conservan un rol central que es al mismo tiempo la potestad de editar esas filtraciones.
Impunidad
Pero más allá de la relación simbiótica y cada vez más necesaria entre el periodismo de investigación y el hackerismo, Panamá Papers es, a fin de cuentas, un documental sobre la impunidad. Y Winter falla a la hora de hacerla tangible. Al ver el documental, que dura más de una hora y media, uno siente ganas de enfrentar mejores explicaciones sobre la operatoria, más datos sobre el volumen de la evasión fiscal -hay algunos pero son escasos y se pierden- y menos reuniones de periodistas con sus laptops. La tarea no es fácil. Lo que tenemos, sin embargo, es un despliegue de celebrities globales, desde Donald Trump y Vladimir Putin, que al parecer usaron los servicios de Mossack Fonseca para blanquear sus fortunas y evadir impuestos, hasta pequeños ahorristas que se hacían llamar “Harry Potter”, Pedro Almodóvar o bancos de diverso tamaño y alcance entre los que por supuesto no podría faltar el HSBC, especialista en ayudar a narcotraficantes y a organizaciones como Al Qaeda en cuestiones financieras y de operatoria comercial. Putin es, sin embargo, el que más minutos de aire cosecha. Quizás esta insistencia tenga algo que ver con su posición nacionalista frente a las plataformas de extracción de datos.
Argentina
¿Pero por qué Netflix nos escatima el documental? ¿No salió todo esto en los diarios? Por el lado Argentino, hay que decirlo, el papel estelar es de Lionel Messi. El astro argentino aparece varias veces, haciendo un golazo en el Mundial de Brasil y con la camiseta del Barcelona. El locus de las tropelías de Messi es, al parecer, el fisco español. Hay también unos minutos para la FIFA. Al final, se relatan los “logros” de la investigación: dimitió el primer ministro de Islandia, Sigmundr Gunnlausson. También David Cameron, el premier inglés. Un puñado de ministros españoles. Un ministro chileno. ¿Y Macri? ¿Tanto lío, tanta paranoia, tanta espera para que Macri no aparezca? Bueno, en realidad Macri aparece dos veces. La primera explícitamente, su nombre manuscrito en un papel de los que Mossack Fonseca debía enviar escaneado para sus evasores en el tercer mundo. La segunda de modo implícito, inmediatamente después de que en una forma un poco tendenciosa o quizás mal informada el documental muestra protestas en Brasil. Se trata de una secuencia que liga directamente al impeachment de Dilma Rouseff con los Panamá Papers y casi se olvida de que la clase política brasilera se había visto implicada en el escándalo casi en su totalidad. El turno de Argentina discurre en escenas rasantes de una manifestación frente a la Casa Rosada, con caceroleo incluido. Allí Macri está fuera de campo, pero la alusión es clara. Queda flotando el gran interrogante: ¿Qué consecuencias tuvieron los Panamá Papers en Argentina? Una pregunta inquietante para la cual el documental de Netflix no ofrece respuestas porque acaso no las haya.