Santiago Kovadloff. Antes y ahora...
miércoles, 13 de julio de 2011
FITO VERSUS KOVADLOFF. “CONMIGO NO, SANTIAGO…”
Por Pablo A. Chami
Dice Santiago Kovadloff en una columna de La Nación del 12 de Julio: “El oficialismo hubiera querido que la confrontación en la Capital fuese entre progresistas y conservadores. La gente decidió que sería entre la ley y la corrupción, entre el espíritu de convivencia y el afán de beligerancia. Y votó contra el Gobierno potenciando la figura de Mauricio Macri a nivel nacional.”
Fito Páez en una contratapa de Página 12 del mismo día dice de la ciudad: “Hoy hecha un estropajo, convertida en una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le encanta aparentar más que ser…”
Son dos visiones distintas de la realidad. La realidad es que Macri conservó su caudal de votos y el progresismo aumentó su caudal pero no ganó.
Macri se negó a debatir la ciudad. No habló de los hospitales sin insumos, las escuelas sin reparación , la cultura sin recursos, los subtes remplazados por bicisendas, las viviendas sin hacer, y mucho más. Pero como dice Fito, eso no importa a los porteños. Según las cifras, casi el 50 % sigue pensando igual que siempre, no hay cambio: “Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos porque 'a la gente le gusta divertirse'…”
Según Kovadloff, Macri se potencia a nivel nacional. Pero Santiago... si se bajó de la elección nacional porque no le daban los números y se refugió en el lugar seguro de la Ciudad de Buenos Aires. Para la derecha y los medios hegemónicos es el nuevo paladín. Ahora lo halagan todos, como el señor Alfonsín, que quiere aprovechar este triunfo de Macri y corre el partido de su padre a la derecha. ¡Qué diría Raúl Alfonsín si lo viera!
Kovadloff dice: “El resultado de anteayer arroja a la cara del kirchnerismo la evidencia de que su retórica, sus consignas de campaña y muchas de sus conductas en el ejercicio del poder conforman, en verdad, una retaguardia conservadora y no una vanguardia innovadora, como se empeñan en presumir.”
Qué manipulación de la realidad, El Frente para la Victoria es conservador. Vamos Santiago, ahora sos un prestidigitador, o un alquimista a la inversa, que pretende transformar el oro en barro. Por favor Santiago: a mí no.
Publicado por Manolo Yomal en http://puedecolaborar.blogspot.com.ar/2011/07/fito-versus-kovadloff-conmigo-no.html
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martes, 11 de octubre de 2011
VERGÜENZA AJENA
Opinión Por Pablo A. Chami
En La Nación del lunes 10 de octubre, Santiago Kovadloff publicó un artículo titulado: La media verdad que nos falta. Voy a decir de entrada la sensación que me produjo: enojo, pena y vergüenza ajena. Es enojo porque nunca creí que Kovadloff pudiera adherir a la “teoría de los dos demonios”. Pena por sus pobres argumentos y vergüenza porque creí que estaba, con respecto al terrorismo de Estado, en otro lugar.
La excusa para el artículo de Kovadloff fue la presentación del libro de Eliaschev: Los hombres del juicio. En este libro, Eliaschev dice que desde que Néstor Kirchner anunció que en 20 años de democracia, Argentina había hecho silencio acerca de los derechos humanos y “convivió con una sensación de injusticia y atropello”. Es que, según Eliaschev, “circula sólo una media verdad sobre los días en que el espanto ejerció su intendencia en la Argentina”. Esa media verdad habla de los crímenes cometidos por el Gobierno Militar sobre civiles y no de aquellos que desde antes, “embistieron contra el orden constitucional”
Kovadloff habla de la criminalidad impune, como si el gobierno de la dictadura militar no hubiera torturado y asesinado a decenas de miles de militantes, sin juicio y sin garantías, sin saber de qué se los acusaba, violadas las mujeres, robados los niños y luego asesinadas sus madres, arrojados vivos y drogados en aviones al Río de la Plata.
Los delitos que pudieron haber cometido los civiles durante los años setenta ya prescribieron. Eso dice la ley argentina y los tratados internacionales. Lo que no prescribe son los delitos de lesa humanidad, es decir, los cometidos dentro del mismo Estado. Por eso están siendo juzgados y condenados Jorge Rafael Videla, Luciano Benjamín Menéndez, Alfredo Astiz, y muchos más.
Santiago Kovadloff, esa es la verdad, no hay media verdad. Por suerte, en nuestro país, como en casi ningún otro, se juzgó y juzga a los criminales y asesinos que cometieron un terrible genocidio sobre víctimas civiles. Ahora son juzgados en público, delante de todos, no asesinados en la oscuridad de campos clandestinos de tortura y muerte.
Me da orgullo pertenecer a un pueblo que, por fin, juzga a esos criminales y siento vergüenza por los Santiago Kovadloff que defienden lo indefendible. Muchos terroristas y muchos inocentes fueron asesinados por el gobierno militar después del golpe de 1976. Repito, muchos inocentes, sin juicio y sin posibilidad de defensa.
Si civiles cometieron crímenes, ya prescribieron. Santiago, si pretendés ser democrático, ponete del lado de la Ley.
Publicado por Manolo Yomal en http://puedecolaborar.blogspot.com.ar/2011/10/kovadloff-y-sus-dos-demonios.html
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Lunes 10 de octubre de 2011 | Publicado en edición impresa
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Un libro rescata el juicio a las Juntas y devela un relato que se fue silenciando con los años
Strassera, Valerga Aráoz, Moreno Ocampo, Ledesma, Torlasco, Arslanian y Gil Lavedra, jueces y fiscales que hicieron historia. Foto: Archivo / Daniel Pessah
Un día, no hace de esto aún dos años, Ricardo Gil Lavedra citó en su casa a Pepe Eliaschev. Lo hizo en nombre de los integrantes de la Cámara Federal y del fiscal que juzgaron y sentenciaron a prisión perpetua a los ex comandantes del Proceso. Gil Lavedra le manifestó al periodista que hacía mucho tiempo que él y sus compañeros aspiraban a contar "la verdadera historia del juicio". Esa historia, le aseguró, nunca hasta entonces había sido relatada: "Siempre pensamos que algún día la escribiríamos. Pero el tiempo ha pasado y ya es evidente que no es algo que haremos nosotros. Además, no la leería nadie. Somos administradores de justicia, juristas tal vez, pero no escritores. Pensamos por unanimidad que la única persona que puede hacerlo sos vos".
Eliaschev aceptó el desafío. Puso, para ello, una sola condición: compaginar a su modo todo lo oído, hilvanarlo con su propio relato, articular la palabra de los jueces con la suya. El libro, en suma, sería su libro; la historia, sin duda, sería de ellos. Por lo demás, y para justificar la tarea, Eliaschev sólo tenía fuertes convicciones. La primera de ellas, nacida de la indignación: "Desde 2004, cuando el presidente Néstor Kirchner enunció desde el predio de la Escuela de Mecánica de la Armada que durante veinte años la democracia argentina había hecho «silencio» en materia de derechos humanos y que él venía a pedir perdón por tal supuesta omisión, convivo con una insoportable sensación de injusticia y atropello".
Una segunda razón fue la esperanza de contrarrestar con Los hombres del juicio -así decidió titular su obra- el desconocimiento de lo sucedido entre quienes, por ser muy jóvenes en aquellos años o haber nacido después de lo ocurrido, nunca supieron bien qué fue lo que pasó.
A estos dos se sumó un tercer motivo, no menos esencial. Hace largo tiempo que Eliaschev está persuadido de que circula sólo una media verdad sobre los días en que el espanto ejerció su intendencia en la Argentina. Esa media verdad habla de las atrocidades consumadas desde el Estado, a partir del golpe del 24 de marzo de 1976. La otra media verdad, la que se enmascara y termina por distorsionar incluso el alcance de la primera, atañe a las acciones criminales de quienes, ya antes de ese golpe y en nombre de la "patria socialista", embistieron contra el orden constitucional. En la denuncia de este encubrimiento y de algunas de sus consecuencias dramáticas pone el autor de este libro un acento inconfundible por su claridad y coraje.
Más que en una versión aséptica de los contenidos del juicio, Eliaschev se interesó en las vivencias que su desarrollo despertó en los hombres que lo llevaron a cabo. Es así como lo testimonial gana el primer plano de una muy buena parte del libro. Le importó a Eliaschev quiénes fueron esos hombres hasta el momento en que se los convocó para cumplir con el papel histórico que les cupo. Qué sintieron y qué pensaron de esa convocatoria. Cómo emprendieron su tarea. Cómo convivieron cada uno de ellos con los demás en ese desempeño. "Este libro -aclara Eliaschev- detalla los entresijos de unas vidas comunes a las que una bisagra de la historia puso a decidir cuestiones vitales para este país."Así, desfilan por estas páginas la infancia, la adolescencia, la juventud y la adultez de cada uno de los jueces, siempre narradas en una sencilla primera persona del singular. El país en que vivieron y se educaron, sus familias de origen, sus sensibilidades ante los hechos cotidianos y los de mayor relieve espiritual se van plasmando en el libro hasta el momento en que la historia grande golpea a las puertas de cada uno de ellos. Este cruce entre lo medianamente previsible y lo imprevisible y súbito desvela a Eliaschev. Allí hace pie una de sus perplejidades más insistentes. Y su intensidad puede advertirse cuando reconstruye el momento en que el presidente Raúl Alfonsín, en casa del filósofo Carlos Nino, propuso a esos siete hombres que integraran la Cámara Federal que tendría a su cargo el juicio de los ex comandantes. Fue de hecho en esa casa donde se reunieron, por primera vez, tanto entre ellos como con el recién electo presidente de la República, Julio Strassera, Jorge Torlasco, Jorge Valerga Aráoz, Andrés D'Alessio, León Carlos Arslanian, Ricardo Gil Lavedra y Guillermo Ledesma. "Los artesanos individuales de esa fantástica afirmación del principio de la justicia y la consecuente derrota de la noción de impunidad fueron magistrados de la carrera judicial, hombres comunes con vidas parecidas y diferentes, pero a los que el azar impulsó a tener que proyectarse como seres extraordinarios. Esta es la parte más estremecedora de esta historia, la de seis jueces que, con el aporte decisivo de un fiscal excepcional y de una pequeña patrulla de seres indispensables que buscaron y recogieron las pruebas, sistematizaron los datos y averiguaron en los pliegues más tenebrosos del horror para que se supiera la verdad, hicieron lo que tenían que hacer."
Sobresale el momento en que cada uno de sus entrevistados cuenta de qué forma encaró y desarrolló su labor en la Cámara Federal. Cómo se ingresó y cómo se logró salir del laberinto informativo conformado por el caudal agobiante de elementos que debió tomarse en cuenta, las horas invertidas en la recaudación y el análisis de datos y testimonios siempre insoportables sobre secuestros, encarcelamientos y torturas, aportados por los sobrevivientes.
El libro de Eliaschev se suma a lo más esencial de una bibliografía tan diversificada y rica como polémica. Su valor documental y analítico lo inscribe entre las obras insoslayables para alcanzar una comprensión más honda de uno de los conflictos cruciales de nuestro pasado inmediato. Eso se advierte tanto en el retrato implacable del horror sembrado desde el Estado como en la condena enfática que también hace la Cámara de la acción criminal desatada por el terrorismo antes del golpe de 1976 y contra dos gobiernos constitucionales, el de Perón y el de su esposa. Los jueces prueban que fue el terrorismo el primero en recurrir a la violencia armada. Ello permite echar luz sobre la criminalidad -impune todavía- de tantos delitos cometidos en nombre de la revolución. Un párrafo medular de Eliaschev a este respecto: "El surgimiento, desarrollo y esplendor de los grupos guerrilleros dominó la escena política argentina desde por lo menos 1969 hasta 1977 (cuando ya habían sido liquidados). Montoneros, en septiembre de 1974, divulgó con orgullosa fruición, a través de la revista La Causa Peronista, dirigida por Rodolfo Galimberti, los detalles más escabrosos de cómo secuestraron y asesinaron en 1970 a Pedro Eugenio Aramburu. No había dudas, pues, de que el objetivo fue la toma del poder político por parte de las organizaciones terroristas. Groseramente descalificada como «teoría de los dos demonios», la noción jurídica de no menoscabar delitos por el sólo hecho de haber sido perpetrados en nombre de «la patria socialista», es el marco de valores y criterios que le permiten a la Cámara Federal proceder con un juicio y una sentencia sin antecedentes internacionales. Impertérrito ante las argucias, implacable con los autores y ejecutores del plan criminal, no miran para otro lado en el momento de admitir que la Argentina era una herida sangrante mucho antes de 1976". Así, y sin olvidar en ningún momento la condena indispensable de quienes no vacilaron en quebrantar ese año el orden constitucional, el autor subraya el aporte decisivo que realizó la Cámara Federal al caracterizar y repudiar a quienes hoy son injustamente homologados a tantas personas que fueron víctimas inocentes de la represión militar.
Lúcidamente procede, pues, Eliaschev al recordar que sigue impaga la deuda contraída con la verdad y la justicia mediante el encubrimiento de las acciones terroristas. La mistificación y la idealización de esos delitos de lesa humanidad están entre los obstáculos que impiden comprender y superar un pasado tormentoso. Y aun cuando en su momento la Cámara Federal no vaciló en denunciarlos, siguen pendientes de condena los responsables de tantos secuestros y asesinatos (la Cámara Federal contabilizó más de 700 muertes) cometidos en nombre de "la patria socialista" y en desmedro de la democracia y la Constitución.
Hay algo fundamental que no debe olvidarse en estos tiempos en que abundan las voces que buscan negar la autoproclamación que en su momento hizo la guerrilla de sí misma como un ejército embarcado en una guerra de liberación. Me refiero a las palabras con las que el autor rescata los enunciados que al respecto emitió la Cámara Federal: "Desde su aparición formal (1970-71), los grupos guerrilleros, como sus pares de toda AMÉRICA Latina, asumieron contornos, formas y contenidos exasperantemente militares. La cifra de reclutas de la guerrilla oscila entre 7.000 y 15.000 integrantes. Uniformes, grados, escalafón, código disciplinario, obediencia jerárquica: no se privaron de nada. No había dudas, pues, de que el objetivo fue «la toma del poder político por parte de las organizaciones terroristas», como lo afirma la Cámara. Lo que pretendían los insurrectos -sostiene Eliaschev en consonancia con la conclusiones de la Cámara Federal- era subvertir el orden establecido".
El periodista no deja de subrayar que "muchos años después, todo eso se fue desfigurando, primero de manera leve, después a marcha redoblada. Los desaparecidos en los años setenta fueron equiparados a quienes combatieron armas en mano contra un gobierno cuestionable, pero de plena legitimidad democrática". Reabierta la causa contra los ex comandantes, tras la presidencia de Carlos Menem, quien los indultó, y aplicada la figura de la imprescriptibilidad por la calificación de lesa humanidad, los terroristas jamás fueron juzgados ni tampoco sus víctimas fueron reconocidas como tales por ningún gobierno constitucional. Las acciones emprendidas contra las Fuerzas Armadas en particular son hechos que prueban la convicción de los terroristas de que estaban embarcados en una guerra. Como fuerzas militarizadas, pues, fueron combatidos ya en los años de Isabel Perón. Fue en su gobierno que se dio la orden de aniquilarlos. Y, previamente, fue Perón quien durante su último mandato y en respuesta a la agresión terrorista, "optó por la represión ilegal a través de una fuerza parapolicial, la Triple A".
Repudiando contundentemente el golpe de Estado de 1976, contrasentido absoluto si con él se aspiraba a respaldar las instituciones de la democracia y la República, "los jueces aseveran con firmeza que el desafío terrorista era, hacia fines de 1975, de descomunal gravedad y se encarnaba en las acciones del Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros".
Cuenta Gil Lavedra que, entre octubre y diciembre de 1984, él y sus compañeros se consagraron a diseñar el formato del juicio. Fueron horas febriles, cargadas de tensión y aun de enfrentamientos personales entre los jueces. La frágil democracia en que por entonces se vivía y el temor de que pudiera caer persuadió a los jueces de que el registro filmado del juicio a los ex comandantes debía ser enviado a Noruega para no exponerlo al riesgo de su desaparición. La democracia recién recuperada, escribe Eliaschev, "vivía amenazada por huelgas generales de los sindicatos peronistas (ya habían hecho ocho paros generales cuando los videos fueron depositados en Oslo) y por violentos y airados reclamos militares carapintada".
El libro de Eliaschev hilvana con habilidad los enunciados judiciales, su vehemente análisis de los hechos narrados y el relato de cada uno de los jueces. Hay páginas de vigoroso aliento expresivo. En ellas, lo trivial y lo trascendente se enhebran en forma conmovedora. Por ejemplo, en este relato de Gil Lavedra: "No siempre los seis estábamos de acuerdo. En las sentencias y antes de ellas hubo discrepancias. Eramos todos muy individualistas. Nos peleábamos, a veces casi hasta los golpes. La sentencia la firmábamos el lunes (9 de diciembre) a la tarde. Hubo una discusión terrible el sábado por el asunto de la degradación (de los ex comandantes). El domingo, desde las 8, discutimos muchas horas sobre las penas, sin llegar a un acuerdo. Fue ahí cuando dijimos: «Bueno, cortemos. Vayamos a comer una pizza». Nos fuimos a Banchero a almorzar. Nos quedaban un montón de cosas por hacer, no podíamos seguir discutiendo estérilmente las penas. Cuando nos sentamos los seis en Corrientes y Talcahuano, Carlos (Arslanian) sacó una servilleta y se hizo la mediación. Ledesma y yo me parece que éramos los más recalcitrantes, pero aflojamos, transamos. Carlos decidió escribir (las conclusiones) en la servilleta. Cuando terminó, ordenó: «Muchachos, me lo firman». Todo quedó acreditado en la servilleta de Banchero".
Eliaschev ha compuesto una obra relevante y abrumadora. Lo que en ella se aclara y recuerda es tan contundente como lo que se evidencia acerca de lo que aún sigue sin aclaración y sin memoria. Los hombres del juicio provoca los desvelos de un asunto que, por no haber perdido su dramática vigencia, despierta las tensiones y las reflexiones características de un problema que todavía sigue pendiente de solución. Y deja la sensación amarga de que la media verdad ganada sobre aquel oscuro país que fue el nuestro, debe y puede llegar a convertirse en una verdad entera, si lo que ya se sabe se completa con la explicitación de lo que, pese al esfuerzo cumplido por los hombres del juicio, se ha vuelto a silenciar y negar.
Hay en el libro una revelación que dice a las claras por qué Eliaschev llamó a su obra Los hombres del juicio. Una vez más es Gil Lavedra quien la brinda: "Juzgamos a los comandantes asegurándoles plenas garantías. La tarde de ese mismo lunes 9 de diciembre, tras la sentencia, propuse que nos juntáramos a la noche en mi casa. Vinieron todos los camaristas con sus mujeres y el fiscal Strassera también. Mi mujer se encargó de la comida y Carlos (Arslanian) y yo compramos la bebida, varias cajas de vino y champagne. Esa noche hicimos la catarsis. Nadie más que nosotros sabe cómo hemos vivido tan intensamente nuestra independencia como jueces. Nos emborrachamos. Terminamos a las seis de la mañana con todos los hombres desparramados en el suelo. Era natural. Era una catarsis. Tomamos la decisión de no dar una sola nota de prensa. Nadie nos llamó esa noche del festejo, ni Alfonsín ni el ministro Alconada Aramburú. Nadie. Los políticos tampoco fueron al juicio. Estaban todos cagados". © La Nacion.
http://www.lanacion.com.ar/1413298-la-media-verdad-que-nos-falta
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Juan José Salinas20/04/2014Sin categoría
Buenísima nota de Luis Bruschtein en Página de ayer. Se nota que escribió indignado, asqueado. Y que eso dio resultado. El que está al lado de Massot es otro petiso perverso con fama de pistolero que se las daba de guerrillero pesado al que conocí hace muchos años en Amsterdam. Le batían El Topo (un sobrenombre verdaderamente acertado), se llama Luis Labraña y hace años que además de ser lambebotas de los exterminadores de sus compañeros de antes, trabaja para Macri en el área cultural. Cómo verán, motivos para estar asqueados, sobraban.
Ciencias Morales
Por Luis Bruschtein
Manuel Solanet fue viceministro de Economía durante la dictadura, cuando el ministro era José Alfredo Martínez de Hoz. Santiago Kovadloff es un hombre de centro, escritor, ensayista y filósofo. No tuvo nada que ver con la dictadura. Solanet y Kovadloff firmaron, como presidente y vice de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Política, una declaración en solidaridad con Vicente Massot, el director del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, quien está siendo juzgado por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. La Justicia dictaminará su responsabilidad, lo real es que Massot fue secretario de redacción de la revista Cabildo en los años ’70, una publicación de ultraderecha católica, y a partir del ’75 fue encargado de las relaciones con el personal del diario La Nueva Provincia, el más leído en Bahía Blanca. En 1976 fueron secuestrados los dos delegados gremiales del diario y la causa investiga esas desapariciones. Massot tuvo que renunciar en los años ’90, cuando era ministro de Defensa de Carlos Menem, por haber argumentado públicamente a favor de la aplicación de la tortura. Esta Academia de Ciencias Morales, integrada por muchos ex funcionarios de la dictadura, es decir, el gobierno más inmoral de la historia argentina reciente, asegura que la acusación fue instigada por el Gobierno por motivaciones ideológicas.
Eso dice el comunicado que firman Solanet y Kovadloff. Así, un hombre que fue funcionario de la dictadura pretende asumirse como juez moral de un gobierno democrático. Y otro que se dice democrático elige al funcionario de una dictadura atroz como socio para descalificar a las instituciones democráticas. La relación entre uno y otro, que existe a pesar de que tendría que ser imposible, puede explicar muchos escenarios de la historia política local.
En una entrevista en Infobae de esta semana, el intelectual Juan José Sebreli dijo que el kirchnerismo es la continuación histórica del primer peronismo y afirmó que por ese motivo, por esa semejanza, “allí está el huevo de la serpiente”. Sebreli es un intelectual que empezó escribiendo en publicaciones de izquierda como Contornos, en 1952, y fue derivando hacia posiciones conservadoras y de centro, muy antiperonistas. El intelectual identifica al peronismo como el principal culpable de las grandes tragedias argentinas. No se refiere a las dictaduras militares ni a la derecha peronista, sino al peronismo del ’45, que democratizó la distribución de la renta y protagonizó el fenómeno de inclusión social masivo más importante del siglo XX en Argentina. El kirchnerismo es la continuación de ese peronismo, dice, y por eso “allí está el huevo de la serpiente”. La metáfora alude al autoritarismo, al personalismo y al desprecio por las instituciones democráticas que dice ver en el peronismo del ’45 y en el actual kirchnerismo.
Más allá de la mirada que cualquiera tenga del peronismo y del kirchnerismo, desde el punto de vista de la república, de la democracia y del sentido común más elemental, las responsables de las tragedias más dolorosas de la historia argentina más o menos reciente han sido las dictaduras militares. Y ninguna dictadura militar se hizo en nombre del peronismo. Por el contrario, la mayoría de ellas se hicieron contra el peronismo, porque, al igual que Sebreli, sus cabecillas decían que percibían en el peronismo “el huevo de la serpiente”, que en aquella época eran el fascismo y el comunismo. Estos golpes militares se hacían para defender del peronismo a la democracia, a pesar de que el peronismo en todas sus variables, incluso las más antipáticas, llegó siempre al gobierno de manera democrática. Sebreli tampoco estuvo vinculado con la dictadura. Sin embargo, esos lazos de familia, esos puntos de contacto entre su pensamiento y el de los dictadores echa luz sobre otras cuestiones argentinas.
Kovadloff y Sebreli son intelectuales representativos y los dos coinciden en que el peronismo es peor que cualquier dictadura. Ese esquema que comparten los convierte en expresión de una tradición en la cultura hegemónica en Argentina, sobre todo entre las clases sociales que tienen más resonancia, las altas y medias, una tradición cultural de dominación. Para un sector importante de estas clases el peronismo es más terrible que las dictaduras más sangrientas. Es una concepción donde coexisten absurdamente y en forma pacífica la idea republicana y democrática y la de dictadura. Pero esa coexistencia pacífica proyecta tensiones violentas hacia la sociedad.
Además de Solanet, en la Academia de Ciencias Morales de la que es vicepresidente Kovadloff, participan o han participado personajes como Carlos Blaquier, Alberto Rodríguez Varela, Horacio García Belsunce, José Claudio Escribano, el mismo Massot y otros funcionarios, propagandistas y defensores de dictaduras militares.
El filósofo y ensayista nunca dijo que apoyaba a una dictadura, pero su participación en ese colectivo demuestra que concibe a la dictadura como un mal inevitable y menor. De lo contrario no podría estar allí. Proyectado hacia la sociedad, resulta un discurso enloquecedor donde los supuestamente más democráticos aparecen asociados con los más autoritarios con el único fin de reprimir a la expresión política de las mayorías que son las que tendrían que gobernar en un sistema democrático. El mensaje no es democracia “o” dictadura, sino democracia “es” dictadura. Un mensaje enfermo que fue el predominante entre el ’55 y el ’83 que desembocó en los años de violencia furiosa. Y también fue el concepto que primó en el golpe del ’30 contra Yrigoyen.
Esta idea de que democracia es dictadura, siempre verbalizada con gran cantidad de intermediaciones (puede serlo o en algún momento lo es, o sólo es transitorio, o sólo es dictablanda y miles de otros seudoatenuantes) fue INSTALADA en muchos hogares de clase media, incluso más o menos progresistas. La contradicción es tan grotesca que la única forma de tomarla era como retablo religioso. Son antagonismos que sólo puede unir una creencia ciega. Romper esa ceguera es abrirse a reacomodos y rupturas que, por desconocidos, toman el aspecto de un caos que está en la naturaleza de los cambios. El peronismo ha tenido grandes desprolijidades y muchas de las críticas que se le han hecho fueron acertadas. Parte del miedo al peronismo tiene esa causa. Pero otra parte importante es el miedo al cambio. Porque el cambio, lo haga el peronismo o cualquier otra fuerza, surge de la realidad que hay que cambiar, es parte de ella, no viene de las lunas de Saturno, y arrastra muchas de esas lacras. El que rechaza los procesos de cambio por impuros, en realidad está pidiendo que no cambie nada, como sucede con las sectas de izquierda y con los falsos republicanos de derecha.
Sebreli y Kovadloff no han apoyado dictaduras pero aparecen como emergentes de la ideología que siempre las justificó y sin la cual nunca pudieron existir. Representan el pensamiento de lo que fue la base social de las dictaduras argentinas a pesar de que ambos formulan expresamente una vocación democrática. Pero se convierte en un discurso sólo aparentemente democrático que tiene una centralidad autoritaria cuando excomulga a las mayorías populares de cualquier posibilidad de convivencia más o menos normal. Una fuerza política nunca es peor que una dictadura, como plantea Sebreli cuando acusa al peronismo y al kirchnerismo de ser “el huevo de la serpiente”, o Kovadloff cuando prefiere asociarse a funcionarios de la dictadura para descalificar a un gobierno democrático.
La piedra basal de la democracia está en la capacidad de aceptar otro juego político que no sea el propio. Es decir, un juego que tiene otros paradigmas y que se asienta en un universo cultural diferente al propio. No se trata de dejar de criticarlo o de dejar de intentar reemplazarlo a partir de la construcción de nuevas mayorías. Se trata de no desconocerlo, de no calificarlo como peor que un gobierno de facto, y de interactuar con él, de hacer política. La firma de Kovadloff en ese comunicado no se compagina con ninguna vocación democrática. En Argentina hubo una dictadura y Kovadloff se asocia con sus personeros económicos e intelectuales. Y la afirmación de Sebreli expresa su fracaso intelectual porque el peronismo ha demostrado que forma parte del juego político democrático en Argentina. Por eso, decir que es el huevo de la serpiente es lo mismo que decir que Argentina no tiene destino, es bajar la persiana de la historia y demuestra su incapacidad para visualizar un escenario vivible diferente al de su interés.
En: http://pajarorojo.com.ar/?p=757
FITO VERSUS KOVADLOFF. “CONMIGO NO, SANTIAGO…”
En defensa de Filmus y el kirchnerismo
OpiniónPor Pablo A. Chami
Dice Santiago Kovadloff en una columna de La Nación del 12 de Julio: “El oficialismo hubiera querido que la confrontación en la Capital fuese entre progresistas y conservadores. La gente decidió que sería entre la ley y la corrupción, entre el espíritu de convivencia y el afán de beligerancia. Y votó contra el Gobierno potenciando la figura de Mauricio Macri a nivel nacional.”
Fito Páez en una contratapa de Página 12 del mismo día dice de la ciudad: “Hoy hecha un estropajo, convertida en una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le encanta aparentar más que ser…”
Son dos visiones distintas de la realidad. La realidad es que Macri conservó su caudal de votos y el progresismo aumentó su caudal pero no ganó.
Macri se negó a debatir la ciudad. No habló de los hospitales sin insumos, las escuelas sin reparación , la cultura sin recursos, los subtes remplazados por bicisendas, las viviendas sin hacer, y mucho más. Pero como dice Fito, eso no importa a los porteños. Según las cifras, casi el 50 % sigue pensando igual que siempre, no hay cambio: “Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos porque 'a la gente le gusta divertirse'…”
Según Kovadloff, Macri se potencia a nivel nacional. Pero Santiago... si se bajó de la elección nacional porque no le daban los números y se refugió en el lugar seguro de la Ciudad de Buenos Aires. Para la derecha y los medios hegemónicos es el nuevo paladín. Ahora lo halagan todos, como el señor Alfonsín, que quiere aprovechar este triunfo de Macri y corre el partido de su padre a la derecha. ¡Qué diría Raúl Alfonsín si lo viera!
Kovadloff dice: “El resultado de anteayer arroja a la cara del kirchnerismo la evidencia de que su retórica, sus consignas de campaña y muchas de sus conductas en el ejercicio del poder conforman, en verdad, una retaguardia conservadora y no una vanguardia innovadora, como se empeñan en presumir.”
Qué manipulación de la realidad, El Frente para la Victoria es conservador. Vamos Santiago, ahora sos un prestidigitador, o un alquimista a la inversa, que pretende transformar el oro en barro. Por favor Santiago: a mí no.
Publicado por Manolo Yomal en http://puedecolaborar.blogspot.com.ar/2011/07/fito-versus-kovadloff-conmigo-no.html
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martes, 11 de octubre de 2011
Kovadloff y sus dos demonios
VERGÜENZA AJENA
Opinión Por Pablo A. Chami
En La Nación del lunes 10 de octubre, Santiago Kovadloff publicó un artículo titulado: La media verdad que nos falta. Voy a decir de entrada la sensación que me produjo: enojo, pena y vergüenza ajena. Es enojo porque nunca creí que Kovadloff pudiera adherir a la “teoría de los dos demonios”. Pena por sus pobres argumentos y vergüenza porque creí que estaba, con respecto al terrorismo de Estado, en otro lugar.
La excusa para el artículo de Kovadloff fue la presentación del libro de Eliaschev: Los hombres del juicio. En este libro, Eliaschev dice que desde que Néstor Kirchner anunció que en 20 años de democracia, Argentina había hecho silencio acerca de los derechos humanos y “convivió con una sensación de injusticia y atropello”. Es que, según Eliaschev, “circula sólo una media verdad sobre los días en que el espanto ejerció su intendencia en la Argentina”. Esa media verdad habla de los crímenes cometidos por el Gobierno Militar sobre civiles y no de aquellos que desde antes, “embistieron contra el orden constitucional”
Kovadloff habla de la criminalidad impune, como si el gobierno de la dictadura militar no hubiera torturado y asesinado a decenas de miles de militantes, sin juicio y sin garantías, sin saber de qué se los acusaba, violadas las mujeres, robados los niños y luego asesinadas sus madres, arrojados vivos y drogados en aviones al Río de la Plata.
Los delitos que pudieron haber cometido los civiles durante los años setenta ya prescribieron. Eso dice la ley argentina y los tratados internacionales. Lo que no prescribe son los delitos de lesa humanidad, es decir, los cometidos dentro del mismo Estado. Por eso están siendo juzgados y condenados Jorge Rafael Videla, Luciano Benjamín Menéndez, Alfredo Astiz, y muchos más.
Santiago Kovadloff, esa es la verdad, no hay media verdad. Por suerte, en nuestro país, como en casi ningún otro, se juzgó y juzga a los criminales y asesinos que cometieron un terrible genocidio sobre víctimas civiles. Ahora son juzgados en público, delante de todos, no asesinados en la oscuridad de campos clandestinos de tortura y muerte.
Me da orgullo pertenecer a un pueblo que, por fin, juzga a esos criminales y siento vergüenza por los Santiago Kovadloff que defienden lo indefendible. Muchos terroristas y muchos inocentes fueron asesinados por el gobierno militar después del golpe de 1976. Repito, muchos inocentes, sin juicio y sin posibilidad de defensa.
Si civiles cometieron crímenes, ya prescribieron. Santiago, si pretendés ser democrático, ponete del lado de la Ley.
Publicado por Manolo Yomal en http://puedecolaborar.blogspot.com.ar/2011/10/kovadloff-y-sus-dos-demonios.html
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Lunes 10 de octubre de 2011 | Publicado en edición impresa
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Un libro rescata el juicio a las Juntas y devela un relato que se fue silenciando con los años
La media verdad que nos falta
Por Santiago Kovadloff | LA NACIONSEGUIRStrassera, Valerga Aráoz, Moreno Ocampo, Ledesma, Torlasco, Arslanian y Gil Lavedra, jueces y fiscales que hicieron historia. Foto: Archivo / Daniel Pessah
Un día, no hace de esto aún dos años, Ricardo Gil Lavedra citó en su casa a Pepe Eliaschev. Lo hizo en nombre de los integrantes de la Cámara Federal y del fiscal que juzgaron y sentenciaron a prisión perpetua a los ex comandantes del Proceso. Gil Lavedra le manifestó al periodista que hacía mucho tiempo que él y sus compañeros aspiraban a contar "la verdadera historia del juicio". Esa historia, le aseguró, nunca hasta entonces había sido relatada: "Siempre pensamos que algún día la escribiríamos. Pero el tiempo ha pasado y ya es evidente que no es algo que haremos nosotros. Además, no la leería nadie. Somos administradores de justicia, juristas tal vez, pero no escritores. Pensamos por unanimidad que la única persona que puede hacerlo sos vos".
Eliaschev aceptó el desafío. Puso, para ello, una sola condición: compaginar a su modo todo lo oído, hilvanarlo con su propio relato, articular la palabra de los jueces con la suya. El libro, en suma, sería su libro; la historia, sin duda, sería de ellos. Por lo demás, y para justificar la tarea, Eliaschev sólo tenía fuertes convicciones. La primera de ellas, nacida de la indignación: "Desde 2004, cuando el presidente Néstor Kirchner enunció desde el predio de la Escuela de Mecánica de la Armada que durante veinte años la democracia argentina había hecho «silencio» en materia de derechos humanos y que él venía a pedir perdón por tal supuesta omisión, convivo con una insoportable sensación de injusticia y atropello".
Una segunda razón fue la esperanza de contrarrestar con Los hombres del juicio -así decidió titular su obra- el desconocimiento de lo sucedido entre quienes, por ser muy jóvenes en aquellos años o haber nacido después de lo ocurrido, nunca supieron bien qué fue lo que pasó.
A estos dos se sumó un tercer motivo, no menos esencial. Hace largo tiempo que Eliaschev está persuadido de que circula sólo una media verdad sobre los días en que el espanto ejerció su intendencia en la Argentina. Esa media verdad habla de las atrocidades consumadas desde el Estado, a partir del golpe del 24 de marzo de 1976. La otra media verdad, la que se enmascara y termina por distorsionar incluso el alcance de la primera, atañe a las acciones criminales de quienes, ya antes de ese golpe y en nombre de la "patria socialista", embistieron contra el orden constitucional. En la denuncia de este encubrimiento y de algunas de sus consecuencias dramáticas pone el autor de este libro un acento inconfundible por su claridad y coraje.
Más que en una versión aséptica de los contenidos del juicio, Eliaschev se interesó en las vivencias que su desarrollo despertó en los hombres que lo llevaron a cabo. Es así como lo testimonial gana el primer plano de una muy buena parte del libro. Le importó a Eliaschev quiénes fueron esos hombres hasta el momento en que se los convocó para cumplir con el papel histórico que les cupo. Qué sintieron y qué pensaron de esa convocatoria. Cómo emprendieron su tarea. Cómo convivieron cada uno de ellos con los demás en ese desempeño. "Este libro -aclara Eliaschev- detalla los entresijos de unas vidas comunes a las que una bisagra de la historia puso a decidir cuestiones vitales para este país."Así, desfilan por estas páginas la infancia, la adolescencia, la juventud y la adultez de cada uno de los jueces, siempre narradas en una sencilla primera persona del singular. El país en que vivieron y se educaron, sus familias de origen, sus sensibilidades ante los hechos cotidianos y los de mayor relieve espiritual se van plasmando en el libro hasta el momento en que la historia grande golpea a las puertas de cada uno de ellos. Este cruce entre lo medianamente previsible y lo imprevisible y súbito desvela a Eliaschev. Allí hace pie una de sus perplejidades más insistentes. Y su intensidad puede advertirse cuando reconstruye el momento en que el presidente Raúl Alfonsín, en casa del filósofo Carlos Nino, propuso a esos siete hombres que integraran la Cámara Federal que tendría a su cargo el juicio de los ex comandantes. Fue de hecho en esa casa donde se reunieron, por primera vez, tanto entre ellos como con el recién electo presidente de la República, Julio Strassera, Jorge Torlasco, Jorge Valerga Aráoz, Andrés D'Alessio, León Carlos Arslanian, Ricardo Gil Lavedra y Guillermo Ledesma. "Los artesanos individuales de esa fantástica afirmación del principio de la justicia y la consecuente derrota de la noción de impunidad fueron magistrados de la carrera judicial, hombres comunes con vidas parecidas y diferentes, pero a los que el azar impulsó a tener que proyectarse como seres extraordinarios. Esta es la parte más estremecedora de esta historia, la de seis jueces que, con el aporte decisivo de un fiscal excepcional y de una pequeña patrulla de seres indispensables que buscaron y recogieron las pruebas, sistematizaron los datos y averiguaron en los pliegues más tenebrosos del horror para que se supiera la verdad, hicieron lo que tenían que hacer."
Sobresale el momento en que cada uno de sus entrevistados cuenta de qué forma encaró y desarrolló su labor en la Cámara Federal. Cómo se ingresó y cómo se logró salir del laberinto informativo conformado por el caudal agobiante de elementos que debió tomarse en cuenta, las horas invertidas en la recaudación y el análisis de datos y testimonios siempre insoportables sobre secuestros, encarcelamientos y torturas, aportados por los sobrevivientes.
El libro de Eliaschev se suma a lo más esencial de una bibliografía tan diversificada y rica como polémica. Su valor documental y analítico lo inscribe entre las obras insoslayables para alcanzar una comprensión más honda de uno de los conflictos cruciales de nuestro pasado inmediato. Eso se advierte tanto en el retrato implacable del horror sembrado desde el Estado como en la condena enfática que también hace la Cámara de la acción criminal desatada por el terrorismo antes del golpe de 1976 y contra dos gobiernos constitucionales, el de Perón y el de su esposa. Los jueces prueban que fue el terrorismo el primero en recurrir a la violencia armada. Ello permite echar luz sobre la criminalidad -impune todavía- de tantos delitos cometidos en nombre de la revolución. Un párrafo medular de Eliaschev a este respecto: "El surgimiento, desarrollo y esplendor de los grupos guerrilleros dominó la escena política argentina desde por lo menos 1969 hasta 1977 (cuando ya habían sido liquidados). Montoneros, en septiembre de 1974, divulgó con orgullosa fruición, a través de la revista La Causa Peronista, dirigida por Rodolfo Galimberti, los detalles más escabrosos de cómo secuestraron y asesinaron en 1970 a Pedro Eugenio Aramburu. No había dudas, pues, de que el objetivo fue la toma del poder político por parte de las organizaciones terroristas. Groseramente descalificada como «teoría de los dos demonios», la noción jurídica de no menoscabar delitos por el sólo hecho de haber sido perpetrados en nombre de «la patria socialista», es el marco de valores y criterios que le permiten a la Cámara Federal proceder con un juicio y una sentencia sin antecedentes internacionales. Impertérrito ante las argucias, implacable con los autores y ejecutores del plan criminal, no miran para otro lado en el momento de admitir que la Argentina era una herida sangrante mucho antes de 1976". Así, y sin olvidar en ningún momento la condena indispensable de quienes no vacilaron en quebrantar ese año el orden constitucional, el autor subraya el aporte decisivo que realizó la Cámara Federal al caracterizar y repudiar a quienes hoy son injustamente homologados a tantas personas que fueron víctimas inocentes de la represión militar.
Lúcidamente procede, pues, Eliaschev al recordar que sigue impaga la deuda contraída con la verdad y la justicia mediante el encubrimiento de las acciones terroristas. La mistificación y la idealización de esos delitos de lesa humanidad están entre los obstáculos que impiden comprender y superar un pasado tormentoso. Y aun cuando en su momento la Cámara Federal no vaciló en denunciarlos, siguen pendientes de condena los responsables de tantos secuestros y asesinatos (la Cámara Federal contabilizó más de 700 muertes) cometidos en nombre de "la patria socialista" y en desmedro de la democracia y la Constitución.
Hay algo fundamental que no debe olvidarse en estos tiempos en que abundan las voces que buscan negar la autoproclamación que en su momento hizo la guerrilla de sí misma como un ejército embarcado en una guerra de liberación. Me refiero a las palabras con las que el autor rescata los enunciados que al respecto emitió la Cámara Federal: "Desde su aparición formal (1970-71), los grupos guerrilleros, como sus pares de toda AMÉRICA Latina, asumieron contornos, formas y contenidos exasperantemente militares. La cifra de reclutas de la guerrilla oscila entre 7.000 y 15.000 integrantes. Uniformes, grados, escalafón, código disciplinario, obediencia jerárquica: no se privaron de nada. No había dudas, pues, de que el objetivo fue «la toma del poder político por parte de las organizaciones terroristas», como lo afirma la Cámara. Lo que pretendían los insurrectos -sostiene Eliaschev en consonancia con la conclusiones de la Cámara Federal- era subvertir el orden establecido".
El periodista no deja de subrayar que "muchos años después, todo eso se fue desfigurando, primero de manera leve, después a marcha redoblada. Los desaparecidos en los años setenta fueron equiparados a quienes combatieron armas en mano contra un gobierno cuestionable, pero de plena legitimidad democrática". Reabierta la causa contra los ex comandantes, tras la presidencia de Carlos Menem, quien los indultó, y aplicada la figura de la imprescriptibilidad por la calificación de lesa humanidad, los terroristas jamás fueron juzgados ni tampoco sus víctimas fueron reconocidas como tales por ningún gobierno constitucional. Las acciones emprendidas contra las Fuerzas Armadas en particular son hechos que prueban la convicción de los terroristas de que estaban embarcados en una guerra. Como fuerzas militarizadas, pues, fueron combatidos ya en los años de Isabel Perón. Fue en su gobierno que se dio la orden de aniquilarlos. Y, previamente, fue Perón quien durante su último mandato y en respuesta a la agresión terrorista, "optó por la represión ilegal a través de una fuerza parapolicial, la Triple A".
Repudiando contundentemente el golpe de Estado de 1976, contrasentido absoluto si con él se aspiraba a respaldar las instituciones de la democracia y la República, "los jueces aseveran con firmeza que el desafío terrorista era, hacia fines de 1975, de descomunal gravedad y se encarnaba en las acciones del Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros".
Cuenta Gil Lavedra que, entre octubre y diciembre de 1984, él y sus compañeros se consagraron a diseñar el formato del juicio. Fueron horas febriles, cargadas de tensión y aun de enfrentamientos personales entre los jueces. La frágil democracia en que por entonces se vivía y el temor de que pudiera caer persuadió a los jueces de que el registro filmado del juicio a los ex comandantes debía ser enviado a Noruega para no exponerlo al riesgo de su desaparición. La democracia recién recuperada, escribe Eliaschev, "vivía amenazada por huelgas generales de los sindicatos peronistas (ya habían hecho ocho paros generales cuando los videos fueron depositados en Oslo) y por violentos y airados reclamos militares carapintada".
El libro de Eliaschev hilvana con habilidad los enunciados judiciales, su vehemente análisis de los hechos narrados y el relato de cada uno de los jueces. Hay páginas de vigoroso aliento expresivo. En ellas, lo trivial y lo trascendente se enhebran en forma conmovedora. Por ejemplo, en este relato de Gil Lavedra: "No siempre los seis estábamos de acuerdo. En las sentencias y antes de ellas hubo discrepancias. Eramos todos muy individualistas. Nos peleábamos, a veces casi hasta los golpes. La sentencia la firmábamos el lunes (9 de diciembre) a la tarde. Hubo una discusión terrible el sábado por el asunto de la degradación (de los ex comandantes). El domingo, desde las 8, discutimos muchas horas sobre las penas, sin llegar a un acuerdo. Fue ahí cuando dijimos: «Bueno, cortemos. Vayamos a comer una pizza». Nos fuimos a Banchero a almorzar. Nos quedaban un montón de cosas por hacer, no podíamos seguir discutiendo estérilmente las penas. Cuando nos sentamos los seis en Corrientes y Talcahuano, Carlos (Arslanian) sacó una servilleta y se hizo la mediación. Ledesma y yo me parece que éramos los más recalcitrantes, pero aflojamos, transamos. Carlos decidió escribir (las conclusiones) en la servilleta. Cuando terminó, ordenó: «Muchachos, me lo firman». Todo quedó acreditado en la servilleta de Banchero".
Eliaschev ha compuesto una obra relevante y abrumadora. Lo que en ella se aclara y recuerda es tan contundente como lo que se evidencia acerca de lo que aún sigue sin aclaración y sin memoria. Los hombres del juicio provoca los desvelos de un asunto que, por no haber perdido su dramática vigencia, despierta las tensiones y las reflexiones características de un problema que todavía sigue pendiente de solución. Y deja la sensación amarga de que la media verdad ganada sobre aquel oscuro país que fue el nuestro, debe y puede llegar a convertirse en una verdad entera, si lo que ya se sabe se completa con la explicitación de lo que, pese al esfuerzo cumplido por los hombres del juicio, se ha vuelto a silenciar y negar.
Hay en el libro una revelación que dice a las claras por qué Eliaschev llamó a su obra Los hombres del juicio. Una vez más es Gil Lavedra quien la brinda: "Juzgamos a los comandantes asegurándoles plenas garantías. La tarde de ese mismo lunes 9 de diciembre, tras la sentencia, propuse que nos juntáramos a la noche en mi casa. Vinieron todos los camaristas con sus mujeres y el fiscal Strassera también. Mi mujer se encargó de la comida y Carlos (Arslanian) y yo compramos la bebida, varias cajas de vino y champagne. Esa noche hicimos la catarsis. Nadie más que nosotros sabe cómo hemos vivido tan intensamente nuestra independencia como jueces. Nos emborrachamos. Terminamos a las seis de la mañana con todos los hombres desparramados en el suelo. Era natural. Era una catarsis. Tomamos la decisión de no dar una sola nota de prensa. Nadie nos llamó esa noche del festejo, ni Alfonsín ni el ministro Alconada Aramburú. Nadie. Los políticos tampoco fueron al juicio. Estaban todos cagados". © La Nacion.
http://www.lanacion.com.ar/1413298-la-media-verdad-que-nos-falta
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ASCO. Massot y “las ciencias morales” de Kovadloff
Juan José Salinas20/04/2014Sin categoría
Buenísima nota de Luis Bruschtein en Página de ayer. Se nota que escribió indignado, asqueado. Y que eso dio resultado. El que está al lado de Massot es otro petiso perverso con fama de pistolero que se las daba de guerrillero pesado al que conocí hace muchos años en Amsterdam. Le batían El Topo (un sobrenombre verdaderamente acertado), se llama Luis Labraña y hace años que además de ser lambebotas de los exterminadores de sus compañeros de antes, trabaja para Macri en el área cultural. Cómo verán, motivos para estar asqueados, sobraban.
Ciencias Morales
Por Luis Bruschtein
Manuel Solanet fue viceministro de Economía durante la dictadura, cuando el ministro era José Alfredo Martínez de Hoz. Santiago Kovadloff es un hombre de centro, escritor, ensayista y filósofo. No tuvo nada que ver con la dictadura. Solanet y Kovadloff firmaron, como presidente y vice de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Política, una declaración en solidaridad con Vicente Massot, el director del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, quien está siendo juzgado por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. La Justicia dictaminará su responsabilidad, lo real es que Massot fue secretario de redacción de la revista Cabildo en los años ’70, una publicación de ultraderecha católica, y a partir del ’75 fue encargado de las relaciones con el personal del diario La Nueva Provincia, el más leído en Bahía Blanca. En 1976 fueron secuestrados los dos delegados gremiales del diario y la causa investiga esas desapariciones. Massot tuvo que renunciar en los años ’90, cuando era ministro de Defensa de Carlos Menem, por haber argumentado públicamente a favor de la aplicación de la tortura. Esta Academia de Ciencias Morales, integrada por muchos ex funcionarios de la dictadura, es decir, el gobierno más inmoral de la historia argentina reciente, asegura que la acusación fue instigada por el Gobierno por motivaciones ideológicas.
Eso dice el comunicado que firman Solanet y Kovadloff. Así, un hombre que fue funcionario de la dictadura pretende asumirse como juez moral de un gobierno democrático. Y otro que se dice democrático elige al funcionario de una dictadura atroz como socio para descalificar a las instituciones democráticas. La relación entre uno y otro, que existe a pesar de que tendría que ser imposible, puede explicar muchos escenarios de la historia política local.
En una entrevista en Infobae de esta semana, el intelectual Juan José Sebreli dijo que el kirchnerismo es la continuación histórica del primer peronismo y afirmó que por ese motivo, por esa semejanza, “allí está el huevo de la serpiente”. Sebreli es un intelectual que empezó escribiendo en publicaciones de izquierda como Contornos, en 1952, y fue derivando hacia posiciones conservadoras y de centro, muy antiperonistas. El intelectual identifica al peronismo como el principal culpable de las grandes tragedias argentinas. No se refiere a las dictaduras militares ni a la derecha peronista, sino al peronismo del ’45, que democratizó la distribución de la renta y protagonizó el fenómeno de inclusión social masivo más importante del siglo XX en Argentina. El kirchnerismo es la continuación de ese peronismo, dice, y por eso “allí está el huevo de la serpiente”. La metáfora alude al autoritarismo, al personalismo y al desprecio por las instituciones democráticas que dice ver en el peronismo del ’45 y en el actual kirchnerismo.
Más allá de la mirada que cualquiera tenga del peronismo y del kirchnerismo, desde el punto de vista de la república, de la democracia y del sentido común más elemental, las responsables de las tragedias más dolorosas de la historia argentina más o menos reciente han sido las dictaduras militares. Y ninguna dictadura militar se hizo en nombre del peronismo. Por el contrario, la mayoría de ellas se hicieron contra el peronismo, porque, al igual que Sebreli, sus cabecillas decían que percibían en el peronismo “el huevo de la serpiente”, que en aquella época eran el fascismo y el comunismo. Estos golpes militares se hacían para defender del peronismo a la democracia, a pesar de que el peronismo en todas sus variables, incluso las más antipáticas, llegó siempre al gobierno de manera democrática. Sebreli tampoco estuvo vinculado con la dictadura. Sin embargo, esos lazos de familia, esos puntos de contacto entre su pensamiento y el de los dictadores echa luz sobre otras cuestiones argentinas.
Kovadloff y Sebreli son intelectuales representativos y los dos coinciden en que el peronismo es peor que cualquier dictadura. Ese esquema que comparten los convierte en expresión de una tradición en la cultura hegemónica en Argentina, sobre todo entre las clases sociales que tienen más resonancia, las altas y medias, una tradición cultural de dominación. Para un sector importante de estas clases el peronismo es más terrible que las dictaduras más sangrientas. Es una concepción donde coexisten absurdamente y en forma pacífica la idea republicana y democrática y la de dictadura. Pero esa coexistencia pacífica proyecta tensiones violentas hacia la sociedad.
Además de Solanet, en la Academia de Ciencias Morales de la que es vicepresidente Kovadloff, participan o han participado personajes como Carlos Blaquier, Alberto Rodríguez Varela, Horacio García Belsunce, José Claudio Escribano, el mismo Massot y otros funcionarios, propagandistas y defensores de dictaduras militares.
El filósofo y ensayista nunca dijo que apoyaba a una dictadura, pero su participación en ese colectivo demuestra que concibe a la dictadura como un mal inevitable y menor. De lo contrario no podría estar allí. Proyectado hacia la sociedad, resulta un discurso enloquecedor donde los supuestamente más democráticos aparecen asociados con los más autoritarios con el único fin de reprimir a la expresión política de las mayorías que son las que tendrían que gobernar en un sistema democrático. El mensaje no es democracia “o” dictadura, sino democracia “es” dictadura. Un mensaje enfermo que fue el predominante entre el ’55 y el ’83 que desembocó en los años de violencia furiosa. Y también fue el concepto que primó en el golpe del ’30 contra Yrigoyen.
Esta idea de que democracia es dictadura, siempre verbalizada con gran cantidad de intermediaciones (puede serlo o en algún momento lo es, o sólo es transitorio, o sólo es dictablanda y miles de otros seudoatenuantes) fue INSTALADA en muchos hogares de clase media, incluso más o menos progresistas. La contradicción es tan grotesca que la única forma de tomarla era como retablo religioso. Son antagonismos que sólo puede unir una creencia ciega. Romper esa ceguera es abrirse a reacomodos y rupturas que, por desconocidos, toman el aspecto de un caos que está en la naturaleza de los cambios. El peronismo ha tenido grandes desprolijidades y muchas de las críticas que se le han hecho fueron acertadas. Parte del miedo al peronismo tiene esa causa. Pero otra parte importante es el miedo al cambio. Porque el cambio, lo haga el peronismo o cualquier otra fuerza, surge de la realidad que hay que cambiar, es parte de ella, no viene de las lunas de Saturno, y arrastra muchas de esas lacras. El que rechaza los procesos de cambio por impuros, en realidad está pidiendo que no cambie nada, como sucede con las sectas de izquierda y con los falsos republicanos de derecha.
Sebreli y Kovadloff no han apoyado dictaduras pero aparecen como emergentes de la ideología que siempre las justificó y sin la cual nunca pudieron existir. Representan el pensamiento de lo que fue la base social de las dictaduras argentinas a pesar de que ambos formulan expresamente una vocación democrática. Pero se convierte en un discurso sólo aparentemente democrático que tiene una centralidad autoritaria cuando excomulga a las mayorías populares de cualquier posibilidad de convivencia más o menos normal. Una fuerza política nunca es peor que una dictadura, como plantea Sebreli cuando acusa al peronismo y al kirchnerismo de ser “el huevo de la serpiente”, o Kovadloff cuando prefiere asociarse a funcionarios de la dictadura para descalificar a un gobierno democrático.
La piedra basal de la democracia está en la capacidad de aceptar otro juego político que no sea el propio. Es decir, un juego que tiene otros paradigmas y que se asienta en un universo cultural diferente al propio. No se trata de dejar de criticarlo o de dejar de intentar reemplazarlo a partir de la construcción de nuevas mayorías. Se trata de no desconocerlo, de no calificarlo como peor que un gobierno de facto, y de interactuar con él, de hacer política. La firma de Kovadloff en ese comunicado no se compagina con ninguna vocación democrática. En Argentina hubo una dictadura y Kovadloff se asocia con sus personeros económicos e intelectuales. Y la afirmación de Sebreli expresa su fracaso intelectual porque el peronismo ha demostrado que forma parte del juego político democrático en Argentina. Por eso, decir que es el huevo de la serpiente es lo mismo que decir que Argentina no tiene destino, es bajar la persiana de la historia y demuestra su incapacidad para visualizar un escenario vivible diferente al de su interés.
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