Nils Christie
Por caso (y para comenzar con un ejemplo sencillo) un individuo aprovecha la ausencia de su vecino para forzar la puerta de la casa de éste, o romper la ventana, y así quitarle a su vecino sus herramientas de trabajo. El Estado interviene luego, como es habitual, deja de lado a la víctima y castiga al victimario, jactándose de haber hecho justicia. De ese modo, decía Christie, el Estado perdía la oportunidad de tomar otro camino distinto y mucho más interesante, para acercar a las partes, dejándolas a ellas como “dueñas” del conflicto, y ayudándolas sobre todo a “reparar” el drama ocurrido -a “restaurar” en todo lo posible el estado de cosas anterior al conflicto. Este tipo de proceder alternativo es conocido como “justicia restaurativa” -un intento de “volver a levantar los leños caídos”, tal como lo sugiere el término “restaurar”, en su sentido originario.
http://seminariogargarella.blogspot.com.ar/
14 JUN. 2015
Nils Christie 2
Publicadas por rg (En Perfil, acá)
No hay persona con la que no compartamos un terreno en común. Christie recorrió el mundo como experto en temas penales, invitado para disertar en torno a las cuestiones sobre las que trabajó toda su vida. En tal condición, visitó cárceles en todos los continentes, en los lugares más remotos. En cada una de ellas –contaba- siempre se enfrentó con una situación similar. En algún momento, el encargado del establecimiento penitenciario lo llevaba a conocer a “las bestias,” “los monstruos,” “los insalvables,” “los peores criminales” formados en la comunidad. Christie llegó a la misma conclusión, en cada caso: jamás se encontró con esos pretendidos “monstruos”, jamás se enfrentó a una persona con quien no compartiera un amplio terreno en común -terreno desde el cual podía hablarse con el otro, entenderlo, reconocerse uno mismo en aquél. (Decir esto no implica librar al otro de responsabilidades, ni tomar un hecho grave como inofensivo. Implica, simplemente, romper con los habituales intentos de trazar una línea entre “los otros allí,” endemoniados, y “nosotros aquí,” los seres angelicales).
Comunidad y castigo. Christie solía citar un estudio empírico que demostraba de qué modo, frente a las primeras preguntas que recibían en torno a algún grave crimen, las personas tendían a reclamar respuestas estatales muy duras, extremas a veces. Sin embargo, el mismo estudio tenía la virtud de demostrar de qué modo tales respuestas comenzaban a variar, moderándose sustancialmente, cuando las personas encuestadas conocían más información en torno a aquellos a quienes habían “condenado” impiadosamente, en sus primeras respuestas. La conclusión parecía tan obvia como importante: cuanto más sabemos de los otros, de sus vidas, de sus dramas, cuantas más oportunidades tenemos de conocerles como seres humanos –en lugar de verlos simplemente de lejos, como criminales- más tendemos a “ajustar” nuestros juicios hacia ellos.
No expropiar el conflicto. El profesor noruego llegó al reconocimiento académico tempranamente, a fines de los años 70, a partir de un artículo simple, en el que daba cuenta sobre el modo en que el Estado tendía a “expropiar” el conflicto de las personas que se veían afectadas por el mismo. Por caso (y para comenzar con un ejemplo sencillo) un individuo aprovecha la ausencia de su vecino para forzar la puerta de la casa de éste, o romper la ventana, y así quitarle a su vecino sus herramientas de trabajo. El Estado interviene luego, como es habitual, deja de lado a la víctima y castiga al victimario, jactándose de haber hecho justicia. De ese modo, decía Christie, el Estado perdía la oportunidad de tomar otro camino distinto y mucho más interesante, para acercar a las partes, dejándolas a ellas como “dueñas” del conflicto, y ayudándolas sobre todo a “reparar” el drama ocurrido -a “restaurar” en todo lo posible el estado de cosas anterior al conflicto. Este tipo de proceder alternativo es conocido como “justicia restaurativa” -un intento de “volver a levantar los leños caídos”, tal como lo sugiere el término “restaurar”, en su sentido originario.
Enfrentar los grandes crímenes de otro modo. Para algunos de sus críticos, la postura de Christie tiene sentido únicamente en países como Noruega, en donde –suponemos, equivocadamente- no hay conflictos mayores. Por ello –se seguiría de aquella prejuiciosa premisa inicial- las doctrinas de Christie sirven únicamente para comunidades sin mayor violencia, donde no hay grandes crímenes que enfrentar y “reparar.” Esta crítica, sin embargo, se aleja por mucho de lo que es cierto: en distintos momentos y lugares, Christie se dedicó a pensar en las respuestas posibles frente a los grandes crímenes: desde situaciones de apartheid, como en Sudáfrica, a las desapariciones en la Argentina, o la propia masacre en el campamento de estudiantes que tuviera lugar en Noruega, pocos años atrás. Las propuestas de Christie, frente a todos estos casos dramáticos, tuvieron siempre algunos elementos en común: preocuparse menos por la “imposición deliberada de dolor” (ésta es la definición tradicional de “castigo”) y más por la búsqueda de la verdad frente a lo ocurrido; buscando conocer quién fue responsable de qué; y tendiendo puentes de encuentro y diálogo, capaces de ayudar a restablecer los vínculos sociales gravemente afectados.
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http://www.lanacion.com.ar/1798188-el-hombre-que-se-atrevio-a-pensar-distinto-sobre-el-delito
Pocos días atrás falleció el notable profesor noruego Nils Christie, una de las personas que más ayudaron a renovar el pensamiento criminológico moderno, y alguien que pasó a convertirse -a su pesar tal vez- en símbolo de una doctrina hoy por muchos repudiada: el abolicionismo. Una razón adicional, entonces, para lamentar su pérdida, ya que bastaba escucharlo para desarmar todos los prejuicios y reconocer en él -y a partir de él, en las doctrinas que propiciaba- la fuerza de un pensamiento humanista y reflexivo. Christie fue una hermosa persona que participó en algunos de los debates más difíciles, divisivos e irritantes de su disciplina acompañado siempre de las mejores armas: empatía, inocencia, afecto. Permítase introducir brevemente su pensamiento, a partir de un hecho de su biografía, y un dato o tipo de datos que él acostumbra citar.
El hecho biográfico al que me refiero le ocurrió tempranamente, cuando era apenas un veinteañero, y Noruega buscaba superar el trauma del nazismo. El joven Christie, yendo a contramano de lo que hacían y pensaban la mayoría de sus conciudadanos, decidió finalizar sus estudios en derecho yendo a escuchar a los colaboracionistas nazis, esto es decir, a aquellos a los que su sociedad señalaba como los peores criminales jamás habidos en el país. Entrevistó entonces a una cuarentena de carceleros alineados con el nazismo durante la guerra, y acusados de muertes y maltratos físicos sobre sus detenidos, en el extremo norte de su país. Y fue allí donde Christie aprendió la lección de su vida. Dijo entonces –y lo repetiría desde allí una y otra vez, luego de recorrer las cárceles más peligrosas del mundo- “hablé con todos aquellos que eran descriptos como los peores monstruos que había creado el país, pero lo cierto es que no encontré a ningún monstruo, sino a gente común y corriente.” A nuestro pesar, todos tendemos a ser –agregaría luego- demasiado parecidos los unos con los otros. “De qué lado hubiera quedado yo” –se preguntaba- “a los 17 años, si hubiera estado trabajando como carcelero allí arriba, en esa época, con un arma en la mano” (permítanme agregar que este humanista radical noruego se hizo similares preguntas, en sus numerosas visitas al país, y frente a los crímenes cometidos por los peores criminales del Proceso). Esto es lo que nos propone Christie: no se trata de un ejercicio de alegre irresponsabilidad, sino de otro por completo contrario: un doloroso esfuerzo de empatía.
Entre los datos que Christie citaba a menudo se encontraba el siguiente: durante años Finlandia, alineada con la Unión Soviética, compartió con esta última y con los Estados Unidos las peores tasas mundiales de encarcelamiento (en Estados Unidos, unas 730 personas presas por cada 100.000, frente a 37 de Islandia o 62 de Noruega). Separada de la Unión Soviética poco tiempo después, y ya más en línea con los demás países escandinavos, Finlandia pasó a tener la segunda tasa de encarcelamiento más baja de Europa, y una de las más bajas del mundo. Qué había pasado? No es que los finlandeses se habían vuelto más inocentes –no eran ahora santos los que antes eran criminales- sino que los criterios sobre qué se consideraba delito, tanto como las respuestas elegidas por el Estado, frente al delito, había cambiado (para ilustrar lo dicho con un caso fácil: si un día empezamos a encarcelar a los jóvenes que se copian en los exámenes o a los que adultos que insultan a sus pares en la calle, tendremos mucho más presos que antes, pero esto será por una decisión propia, y no porque tengamos ahora un brote de delincuencia).
Contra aquellos que tienen preparadas respuestas contundentes y brutales frente a todo, Christie nos fuerza a pensar con detenimiento, dentro de un territorio especialmente difícil. Christie no nos dice “el crimen no importa,” “el dolor no existe,” “la cárcel debe ser ya mismo abolida.” Más que “abolicionistas”, sus enseñanzas se inscriben dentro de lo que se conoce como la “justicia restaurativa”. De lo que se trata (y a ello nos remite el término “restaurar,” con raíces nórdicas) es de “volver a reconstruir la casa” o, más poéticamente, “levantar los leños caídos”. En ocasiones, lo más importante (no lo único que se debe hacer, por supuesto) es reparar el vidrio roto, conocer la verdad, restaurar el dinero robado. Dicho esto, y para no escapar a las cuestiones más complicadas, podemos preguntarle a Christie, a renglón seguido, y más específicamente: qué hacer frente al responsable del daño cometido –un daño que puede ser grave, irreparable, intolerable para la víctima o sus familiares? Otra vez, Christie no ofrece una respuesta fácil, sino que nos obliga a plantearnos la cuestión de un modo más completo.
Con sus buenas maneras de siempre, Christie nos preguntaba: es que resulta la cárcel, frente a esas situaciones terribles, la mejor respuesta que podemos ofrecer, o al menos una respuesta atractiva? Cuando los padres envían a sus hijos a la escuela –agregaba enseguida- lo hacen para que esos jóvenes se rodeen de buenos profesores, para que sus hijos encuentren compañeros que puedan ser sus amigos toda la vida. Podemos pensar, entonces: qué esperamos que ocurra, cuando enviamos a alguien a la cárcel? No resulta claro que, de ese modo, iniciamos o reforzamos un proceso de “capacitación para el crimen”? No es eso lo que los hechos nos ratifican? No es lo esperable que ocurra, cuando separamos a alguien de la sociedad, y la rodeamos de aquellos a quienes hemos identificado como los peores criminales? Tenemos derecho a sorprendernos, luego, cuando el “culpable” no se “reforma,” el preso se “reeduca” en el crimen, o el “liberado” reincide?
Las cárceles, nos dice Christie, nos ofrecen un excelente diagnóstico sobre el país en el que vivimos: ellas nos permiten entender qué tipo de sociedad es la nuestra: cómo es que nuestras autoridades responden frente a los casos difíciles; cómo se comportan cuando no las vemos; contra quiénes impone su fuerza y a quiénes se esfuerza por mantener a salvo (la respuesta es tan triste como elocuente cuando tratamos de dar cuenta de esa pregunta para nuestro país, y vemos lo que ella nos dice sobre quienes nos gobiernan: quiénes son los que permanecen siempre impunes? quiénes son habitualmente sancionados? qué tipo de sanciones –y torturas- han aceptado como prácticas habituales?).
En definitiva, para un país, el nuestro, que como tantos, se ha venido moviendo irresponsablemente entre el “garantismo bobo” y el irracionalismo de “mano dura”, la muerte de un autor como Christie representa una mala noticia: se ha ido quien nos ayudaba a hacernos las preguntas incómodas; ya no está con nosotros aquel que pensaba con claridad y hablaba con calma en un terreno en el que suelen decirse groserías improvisadas y a los gritos.
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14 JUN. 2015
Nils Christie 2
Publicadas por rg (En Perfil, acá)
Nils Christie
Hace pocos días, falleció el gran criminólogo noruego Nils Christie, quien ayudó a cambiar nuestra forma de pensar sobre el delito y sobre nuestras respuestas frente al mismo. Se trataba fundamentalmente de un hombre bueno que, desde siempre, pensó distinto que la mayoría de sus pares sobre todos los temas relevantes relacionados con el derecho penal. Como pequeño homenaje hacia él, en lo que sigue enumeraré (por razones de espacio) sólo cuatro de las muchas cosas que aprendí escuchándolo, leyéndolo, o hablando con él, y que creo pueden ser de interés para todos aquellos interesados en estos temas.No hay persona con la que no compartamos un terreno en común. Christie recorrió el mundo como experto en temas penales, invitado para disertar en torno a las cuestiones sobre las que trabajó toda su vida. En tal condición, visitó cárceles en todos los continentes, en los lugares más remotos. En cada una de ellas –contaba- siempre se enfrentó con una situación similar. En algún momento, el encargado del establecimiento penitenciario lo llevaba a conocer a “las bestias,” “los monstruos,” “los insalvables,” “los peores criminales” formados en la comunidad. Christie llegó a la misma conclusión, en cada caso: jamás se encontró con esos pretendidos “monstruos”, jamás se enfrentó a una persona con quien no compartiera un amplio terreno en común -terreno desde el cual podía hablarse con el otro, entenderlo, reconocerse uno mismo en aquél. (Decir esto no implica librar al otro de responsabilidades, ni tomar un hecho grave como inofensivo. Implica, simplemente, romper con los habituales intentos de trazar una línea entre “los otros allí,” endemoniados, y “nosotros aquí,” los seres angelicales).
Comunidad y castigo. Christie solía citar un estudio empírico que demostraba de qué modo, frente a las primeras preguntas que recibían en torno a algún grave crimen, las personas tendían a reclamar respuestas estatales muy duras, extremas a veces. Sin embargo, el mismo estudio tenía la virtud de demostrar de qué modo tales respuestas comenzaban a variar, moderándose sustancialmente, cuando las personas encuestadas conocían más información en torno a aquellos a quienes habían “condenado” impiadosamente, en sus primeras respuestas. La conclusión parecía tan obvia como importante: cuanto más sabemos de los otros, de sus vidas, de sus dramas, cuantas más oportunidades tenemos de conocerles como seres humanos –en lugar de verlos simplemente de lejos, como criminales- más tendemos a “ajustar” nuestros juicios hacia ellos.
No expropiar el conflicto. El profesor noruego llegó al reconocimiento académico tempranamente, a fines de los años 70, a partir de un artículo simple, en el que daba cuenta sobre el modo en que el Estado tendía a “expropiar” el conflicto de las personas que se veían afectadas por el mismo. Por caso (y para comenzar con un ejemplo sencillo) un individuo aprovecha la ausencia de su vecino para forzar la puerta de la casa de éste, o romper la ventana, y así quitarle a su vecino sus herramientas de trabajo. El Estado interviene luego, como es habitual, deja de lado a la víctima y castiga al victimario, jactándose de haber hecho justicia. De ese modo, decía Christie, el Estado perdía la oportunidad de tomar otro camino distinto y mucho más interesante, para acercar a las partes, dejándolas a ellas como “dueñas” del conflicto, y ayudándolas sobre todo a “reparar” el drama ocurrido -a “restaurar” en todo lo posible el estado de cosas anterior al conflicto. Este tipo de proceder alternativo es conocido como “justicia restaurativa” -un intento de “volver a levantar los leños caídos”, tal como lo sugiere el término “restaurar”, en su sentido originario.
Enfrentar los grandes crímenes de otro modo. Para algunos de sus críticos, la postura de Christie tiene sentido únicamente en países como Noruega, en donde –suponemos, equivocadamente- no hay conflictos mayores. Por ello –se seguiría de aquella prejuiciosa premisa inicial- las doctrinas de Christie sirven únicamente para comunidades sin mayor violencia, donde no hay grandes crímenes que enfrentar y “reparar.” Esta crítica, sin embargo, se aleja por mucho de lo que es cierto: en distintos momentos y lugares, Christie se dedicó a pensar en las respuestas posibles frente a los grandes crímenes: desde situaciones de apartheid, como en Sudáfrica, a las desapariciones en la Argentina, o la propia masacre en el campamento de estudiantes que tuviera lugar en Noruega, pocos años atrás. Las propuestas de Christie, frente a todos estos casos dramáticos, tuvieron siempre algunos elementos en común: preocuparse menos por la “imposición deliberada de dolor” (ésta es la definición tradicional de “castigo”) y más por la búsqueda de la verdad frente a lo ocurrido; buscando conocer quién fue responsable de qué; y tendiendo puentes de encuentro y diálogo, capaces de ayudar a restablecer los vínculos sociales gravemente afectados.
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Un ramo de flores para Nils Christie
Publicadas por rghttp://www.lanacion.com.ar/1798188-el-hombre-que-se-atrevio-a-pensar-distinto-sobre-el-delito
Pocos días atrás falleció el notable profesor noruego Nils Christie, una de las personas que más ayudaron a renovar el pensamiento criminológico moderno, y alguien que pasó a convertirse -a su pesar tal vez- en símbolo de una doctrina hoy por muchos repudiada: el abolicionismo. Una razón adicional, entonces, para lamentar su pérdida, ya que bastaba escucharlo para desarmar todos los prejuicios y reconocer en él -y a partir de él, en las doctrinas que propiciaba- la fuerza de un pensamiento humanista y reflexivo. Christie fue una hermosa persona que participó en algunos de los debates más difíciles, divisivos e irritantes de su disciplina acompañado siempre de las mejores armas: empatía, inocencia, afecto. Permítase introducir brevemente su pensamiento, a partir de un hecho de su biografía, y un dato o tipo de datos que él acostumbra citar.
El hecho biográfico al que me refiero le ocurrió tempranamente, cuando era apenas un veinteañero, y Noruega buscaba superar el trauma del nazismo. El joven Christie, yendo a contramano de lo que hacían y pensaban la mayoría de sus conciudadanos, decidió finalizar sus estudios en derecho yendo a escuchar a los colaboracionistas nazis, esto es decir, a aquellos a los que su sociedad señalaba como los peores criminales jamás habidos en el país. Entrevistó entonces a una cuarentena de carceleros alineados con el nazismo durante la guerra, y acusados de muertes y maltratos físicos sobre sus detenidos, en el extremo norte de su país. Y fue allí donde Christie aprendió la lección de su vida. Dijo entonces –y lo repetiría desde allí una y otra vez, luego de recorrer las cárceles más peligrosas del mundo- “hablé con todos aquellos que eran descriptos como los peores monstruos que había creado el país, pero lo cierto es que no encontré a ningún monstruo, sino a gente común y corriente.” A nuestro pesar, todos tendemos a ser –agregaría luego- demasiado parecidos los unos con los otros. “De qué lado hubiera quedado yo” –se preguntaba- “a los 17 años, si hubiera estado trabajando como carcelero allí arriba, en esa época, con un arma en la mano” (permítanme agregar que este humanista radical noruego se hizo similares preguntas, en sus numerosas visitas al país, y frente a los crímenes cometidos por los peores criminales del Proceso). Esto es lo que nos propone Christie: no se trata de un ejercicio de alegre irresponsabilidad, sino de otro por completo contrario: un doloroso esfuerzo de empatía.
Entre los datos que Christie citaba a menudo se encontraba el siguiente: durante años Finlandia, alineada con la Unión Soviética, compartió con esta última y con los Estados Unidos las peores tasas mundiales de encarcelamiento (en Estados Unidos, unas 730 personas presas por cada 100.000, frente a 37 de Islandia o 62 de Noruega). Separada de la Unión Soviética poco tiempo después, y ya más en línea con los demás países escandinavos, Finlandia pasó a tener la segunda tasa de encarcelamiento más baja de Europa, y una de las más bajas del mundo. Qué había pasado? No es que los finlandeses se habían vuelto más inocentes –no eran ahora santos los que antes eran criminales- sino que los criterios sobre qué se consideraba delito, tanto como las respuestas elegidas por el Estado, frente al delito, había cambiado (para ilustrar lo dicho con un caso fácil: si un día empezamos a encarcelar a los jóvenes que se copian en los exámenes o a los que adultos que insultan a sus pares en la calle, tendremos mucho más presos que antes, pero esto será por una decisión propia, y no porque tengamos ahora un brote de delincuencia).
Contra aquellos que tienen preparadas respuestas contundentes y brutales frente a todo, Christie nos fuerza a pensar con detenimiento, dentro de un territorio especialmente difícil. Christie no nos dice “el crimen no importa,” “el dolor no existe,” “la cárcel debe ser ya mismo abolida.” Más que “abolicionistas”, sus enseñanzas se inscriben dentro de lo que se conoce como la “justicia restaurativa”. De lo que se trata (y a ello nos remite el término “restaurar,” con raíces nórdicas) es de “volver a reconstruir la casa” o, más poéticamente, “levantar los leños caídos”. En ocasiones, lo más importante (no lo único que se debe hacer, por supuesto) es reparar el vidrio roto, conocer la verdad, restaurar el dinero robado. Dicho esto, y para no escapar a las cuestiones más complicadas, podemos preguntarle a Christie, a renglón seguido, y más específicamente: qué hacer frente al responsable del daño cometido –un daño que puede ser grave, irreparable, intolerable para la víctima o sus familiares? Otra vez, Christie no ofrece una respuesta fácil, sino que nos obliga a plantearnos la cuestión de un modo más completo.
Con sus buenas maneras de siempre, Christie nos preguntaba: es que resulta la cárcel, frente a esas situaciones terribles, la mejor respuesta que podemos ofrecer, o al menos una respuesta atractiva? Cuando los padres envían a sus hijos a la escuela –agregaba enseguida- lo hacen para que esos jóvenes se rodeen de buenos profesores, para que sus hijos encuentren compañeros que puedan ser sus amigos toda la vida. Podemos pensar, entonces: qué esperamos que ocurra, cuando enviamos a alguien a la cárcel? No resulta claro que, de ese modo, iniciamos o reforzamos un proceso de “capacitación para el crimen”? No es eso lo que los hechos nos ratifican? No es lo esperable que ocurra, cuando separamos a alguien de la sociedad, y la rodeamos de aquellos a quienes hemos identificado como los peores criminales? Tenemos derecho a sorprendernos, luego, cuando el “culpable” no se “reforma,” el preso se “reeduca” en el crimen, o el “liberado” reincide?
Las cárceles, nos dice Christie, nos ofrecen un excelente diagnóstico sobre el país en el que vivimos: ellas nos permiten entender qué tipo de sociedad es la nuestra: cómo es que nuestras autoridades responden frente a los casos difíciles; cómo se comportan cuando no las vemos; contra quiénes impone su fuerza y a quiénes se esfuerza por mantener a salvo (la respuesta es tan triste como elocuente cuando tratamos de dar cuenta de esa pregunta para nuestro país, y vemos lo que ella nos dice sobre quienes nos gobiernan: quiénes son los que permanecen siempre impunes? quiénes son habitualmente sancionados? qué tipo de sanciones –y torturas- han aceptado como prácticas habituales?).
En definitiva, para un país, el nuestro, que como tantos, se ha venido moviendo irresponsablemente entre el “garantismo bobo” y el irracionalismo de “mano dura”, la muerte de un autor como Christie representa una mala noticia: se ha ido quien nos ayudaba a hacernos las preguntas incómodas; ya no está con nosotros aquel que pensaba con claridad y hablaba con calma en un terreno en el que suelen decirse groserías improvisadas y a los gritos.
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