Estampas de “fin de ciclo”: El caso Brasil

Publicado en Blog de Abel.


El término “fin de ciclo” se convirtió entre nosotros en una frase hecha del periodismo (el opositor, claro) que le evitaba analizar relaciones de poder, proyectos alternativos… Se acababa un ciclo – el kirchnerista – y listo.

A partir de mediados del año pasado, la frase empezó a mostrar un cierto deterioro por el uso. A esta altura del 2015… ya está inservible. Y sin embargo, hay etapas que se terminan, cómo no. El mandato presidencial de Cristina Fernández, por ejemplo. En el plano regional, se puede decir válidamente que ha terminado un ciclo de altos precios de las materias primas, que se correspondió, aproximadamente, con el ascenso de gobiernos que rechazan el paradigma neoliberal vigente en los ´90.

El punto es que debemos tener claro que, en asuntos humanos, lo de “ciclo” es sólo una imagen (con el perdón de Spengler) que nos ayuda a armar un “relato”. Por ejemplo, los precios de las commodities que exportan las naciones de América del Sur – con excepción del petróleo, estos últimos meses – son bastante mejores que los que tenían cuando la CEPAL alertaba del “deterioro de los términos del intercambio”. Y que CFK abandone la Presidencia, no significa necesariamente que sus políticas económicas sean descartadas, o que su poder político desaparezca. Las realidades del poder, local y regional, van a cambiar, claro, pero eso es una constante universal, que no depende de plazos.

Digo esto porque el poder de Dilma Rousseff, la Presidente de Brasil, reelegida hace sólo 6 meses por 4 años más, y que fue en la mayor parte de su primer mandato la mujer más poderosa de la América del Sur, se ha licuado aceleradamente. Eso no ha tenido que ver con un plazo constitucional, sino con decisiones, de ella, y de otros actores, que lo provocaron.

En estos días, Dilma se enfrenta a una prueba decisiva: Vetar, o no, una ley en proceso de aprobación que precariza a los trabajadores brasileños. Lula ha pedido el veto, y los que defienden los derechos laborales llaman a movilizarse para este viernes, 1° de Mayo. Les recomiendo leer este posteo de Ramble, que describe bien el dilema, en un reportaje a Ruy Braga.

Aquí quiero ofrecer un panorama más general. Por eso les copio este artículo de Marcelo Falak, que hace 15 días describió bien este proceso. Luego agrego un par de observaciones breves.

“Entre el 26 de octubre del año pasado, cuando retuvo por tres escasos puntos porcentuales el Gobierno, y el 1 de enero último, cuando asumió su segundo mandato, Dilma Rousseff tomó una decisión que está signando su suerte: compensar aquella pérdida de poder relativa con una arriesgada decisión: pactar con los factores que marcan el paso de la política y la economía de Brasil.

Su promesa de campaña de un cambio dentro de la continuidad se ha concretado desde entonces más en lo primero que en lo segundo. Para empezar, con la convocatoria del ex banquero Joaquim Levy para el Ministerio de Hacienda, quien llegó con un plan de ajuste bajo el brazo que hace blanco, entre otras cosas, en las prestaciones por desempleo.

Pero ese intento de complacer a los mercados financieros, hijo del fracaso de una forma de heterodoxia que no impidió ni el despunte de la inflación ni la prolongación del estancamiento económico, tropezó pronto con resistencias en el Congreso. Resistencias oportunistas, que tienen como trasfondo el escándalo de Petrobras, cuyo dinero fluyó, con connivencias en el Ejecutivo, hacia las cuentas de decenas de legisladores. La resistencia, en algunos casos notables, asumió la forma nítida de la extorsión en busca de impunidad.

Los del Partido de los Trabajadores han sido, desde Lula da Silva hasta el presente, gobiernos con una cierta debilidad. Los votos les han dado mayoría para gobernar, pero nunca los dejaron ni siquiera cerca del control del Congreso. Esas mayorías necesarias se lograron siempre ex post, con el recurso al “presidencialismo de coalición”, que en el “Mensalão” de Lula y en el “Petrolão” de Dilma supusieron la compra impúdica de bancadas.

Sin embargo, la suma de una economía estancada, una devaluación brusca, políticas de ajuste y un escándalo de corrupción sin precedentes tiende más a alejar que a unir. Es la lógica de la mancha venenosa.

La rebelión del Congreso tiene como eje al más poderoso de los aliados del PT, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMBD), una confederación de cacicazgos regionales de talante conservador, que mantiene, pese a su tendencia a los escándalos de todo tipo, un envidiable despliegue territorial.

Al PMDB pertenecen el vicepresidente, Michel Temer; el jefe del Senado, Renan Calheiros; y el titular de Diputados, Eduardo Cunha. Si los dos primeros son las cabezas visibles del ala partidaria favorable a la alianza con el PT (o bien, oficialistas eternos, con quien sea que ocupe el Gobierno), el tercero es el referente del ala opositora. El resultado es que unos y otros operan sobre Dilma como el policía malo y el policía bueno. Cunha opera con eficiencia causándole al Planalto sonoras derrotas legislativas y los otros dos salen a surcir lo roto… siempre con ganancias de poder para el PMDB.

Un ejemplo de esto fue la votación de la generalización de la tercerización laboral en la cámara baja. Su artífice fue Cunha, pero el mismo día Temer debutaba como coordinador de la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo, asegurándole a Dilma que el ajuste, finalmente, verá la luz.

La Presidenta se opone a un proyecto que supone la pérdida de derechos de la base trabajadora del PT, pero, rendida ante su debilidad, apuesta más a suavizar el texto para que el Estado no pierda recaudación impositiva que a dar verdadera batalla esgrimiendo su derecho de veto. El PMDB podría enojarse.

Cunha explicó, no sin cinismo, que el Planalto no tiene porqué considerar ese proyecto un avance de la oposición, ya que, salvo el PT, el resto de la “base aliada” lo respaldó en el recinto. Mientras, Dilma deja caer la aspiración del ala izquierda de su partido de imponer una ley de medios e intentará dejar atrás la crisis por el espionaje de la NSA yanqui y reconciliarse con Barack Obama.

Es inevitable en este contexto que muchos de quienes votaron a Rousseff en octubre, aun siendo conscientes de lo mucho y pésimo que había ocurrido en Petrobras, se sientan ajenos a un Gobierno que ya no sienten como propio. Así lo testimonia el escuálido 12 % de apoyo que las encuestas dan hoy a la mandataria.

En solo cien días de su segundo mandato, Dilma aparece desgarrada por la torsión conjunta de los mayores factores de poder. Mientras, la oposición y la prensa la martirizan diciendo que presentó una “renuncia blanca” y que dejó el poder en manos del PMDB.

La decepción suele cobrarse un precio demasiado alto“.

No conozco lo bastante de la situación de Brasil para juzgar las decisiones de Dilma en el marco de su economía (mis comentaristas ultra K – “ultra keynesianos” – ya lo van a hacer). Pero desde la política, caben pocas dudas que han sido errores graves.

Los mercados financieros, por su propia naturaleza, no negocian, ni garantizan poder político. Puede llevarse adelante políticas total o parcialmente favorables a ellos – Menem, Cardozo, para el caso, Reagan, lo hicieron … – cuando había sectores numerosos en sus sociedades dispuestos a bancarlas. Si no es así…

Como lección para políticos brasileños, y también argentinos, queda el dato que la aprobación de los medios, locales e internacionales, de determinadas políticas, no le garantizan nada al que las ejecuta. Y como decía don Giulio Andreotti “El poder desgasta a quien no lo tiene”.




https://abelfer.wordpress.com/2015/04/28/estampas-de-fin-de-ciclo-el-caso-brasil/

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