AY, HERMANA MARTA, AY Leo lo que dijiste de los muchachos y las muchachas de La Cámpora y me averguenzo de haberte querido tanto, pero tanto, tanto. Es que además me duele tanto, tanto, Martha. Fue el nuestro un amor casi religioso. Es el que tuvimos todos cuando te conocimos peleando contra los poderosos de cabotaje en el calvario trágico de María Soledad, en Catamarca y luego persiguiendo a los miserables de tantos gurises desnutridos y maltratados en Corrientes. De aquel amor, vos guardarás constancia, seguramente.